Stop motion es una vieja técnica de animación donde se filman, cuadro por cuadro, unas figurillas de plastilina cuidadosamente esculpidas. Con el apoyo técnico de Dream Works, el británico Nick Park y su productora Aardman pudieron hacer realidad el sueño de tener a sus criaturas predilectas, protagonistas ya de varios cortos desde fines de los ochenta, en un exitoso largometraje que dio la vuelta al mundo cosechando buenas taquillas y el aplauso de la crítica.
Wallace, un ingenuo inventor, y Gromit, su fiel perro, son dos personajes sacados de un suburbio típico de la Inglaterra de los años cuarenta. Aparte de ser un amante incorregible del queso, Wallace no para de construir artefactos sofisticados que supuestamente deben hacer la vida más confortable, pero que, por lo general, lo meten en problemas. Por su parte, Gromit se dedica a salvar a su amo de los enredos desastrosos en los que se mete y, aunque no dice palabra, expresa sus sentimientos con unas sutiles muecas que lo convierten en uno de los mejores "actores" del género.
Esta vez la pareja se enfrenta a una de sus aventuras más difíciles. La comunidad se prepara para el evento del año: el concurso de los vegetales gigantes. Obsesionados con ganar el premio, y salvaguardar sus preciadas legumbres, los vecinos le encargan a Wallace la misión de atrapar unos conejos que se han convertido en la principal amenaza de la ciudad.
Hasta aquí, la historia pareciera no tener mayor atractivo para un público adulto. Sin embargo, pronto nos damos cuenta de que, más que reiterar aburridas moralejas, esta colorida fábula no deja de formular interesantes paradojas: Wallace es un inventor noble y genial, pero sus instrumentos ocasionan problemas terribles; él es un hombre muy racional, pero a la vez el que menos puede controlar sus deseos; los seres más temidos, u odiados, del pueblo, son unos conejitos de apariencia adorable, etc.
En efecto, Nick Park tiene una especial habilidad para hacer ver la naturaleza absurda del mundo, algo que está en consonancia con la forma en que se presentan sus personajes, encantadores y ridículos a la vez. Y de esta descripción humorística, y corrosiva, no se salva nadie. Ni siquiera el sacerdote del pueblo, a quien vemos en la noche atesorando, con codicia, sus amadas verduras. También se parodia la tan contemporánea obsesión por las alarmas y la seguridad, así como el afán competitivo y la historia colectiva de nuestra sociedad de masas.
Por otro lado, la fotografía resalta la cualidad física de cada objeto, y la cantidad de detalles termina por hacer que el espacio de fondo cobre vida propia. Y podríamos seguir enumerando más cualidades: el humor ingenioso, con algunos chistes en clave sexual que sólo comprenderán los adultos; muchas referencias nostálgicas a la cultura popular, como las antiguas películas de terror al estilo de King Kong; influencias menos evidentes, como las clásicas comedias inglesas de los Estudios Ealing, etc.
En fin, Wallace y Gromit no sólo consagra a su creador como un maestro de la animación -que aquí supera los logros de Pollitos en Fuga (2000), su anterior trabajo-. Esta historia del torpe inventor y el sensato perro -al fin y al cabo, una recreación de las andanzas del soñador ingenuo y su compañero práctico y terrenal- también se distingue por conservar su elegancia de principio a fin, sin perder nunca el apunte ácido, tierno, o, simplemente, esa cercanía íntima y natural que pocos universos de fantasía son capaces de ofrecer. (Somos, 22/10/2005)
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