Frankie Dunn (Clint Eastwood) es un reputado entrenador de box que no se puede librar de sus traumas personales: debe soportar el rechazo de su hija -quien le devuelve, sistemáticamente, y por motivos que nunca se revelan, las cartas que él le manda. Tampoco soporta que sus pupilos enfrenten combates riesgosos –por lo que terminan bajo la tutela de otros apoderados. Recluido en la soledad de su casa, y al frente del vetusto gimnasio Hit Pit, Frankie está condenado a ser un hombre en retirada, incapaz de lograr un nuevo título, abrumado por sus viejos remordimientos (se considera culpable por no haber detenido la pelea en la que su amigo Scrap -Morgan Freeman- quedó lisiado).
En ese momento de su vida aparece Maggie Fitzgerald (Hilary Swank), humilde joven de treinta años que ha sido una anónima mesera toda su vida, y que pretende ser alguien en el box. Luego de muchas negativas, y a regañadientes, Frankie acepta entrenarla. Pero más allá del exitoso aprendizaje deportivo, el pacto entre ambos abrirá las puertas a una relación especial. El espectador descubrirá que tienen más de una cosa en común: cada uno se convierte en lo único en el mundo que puede sustituir la ausencia de sus respectivas familias. Por último, ambos son tercos y están llenos de fe (Frankie va a misa y le sigue escribiendo a su hija, a pesar de la devolución de sus cartas).
Con un sorprendente giro argumental hacia la mitad de su metraje, Golpes del destino tira por la borda cualquier parecido con esas típicas películas sobre el triunfo de la voluntad. Este es, más bien, un oscuro melodrama que explora los lazos redentores de dos solitarios. Porque ese es el verdadero tema del filme, y estas son las preguntas que hace: ¿cuándo es que la amistad se convierte en un enlace espiritual hasta el tuétano, casi sanguíneo?, ¿qué dolor y qué sacrificio certifica el peculiar carácter de ese amor? Con Frankie y Maggie se nos propone pensar en una paternidad y una filiación sui generis (no es la primera vez que, gracias al retrato de la madre de Maggie, Eastwood desliza una severa crítica a la familia norteamericana, caracterizada por una mezcla de ignorancia, egoísmo materialista, y violencia abusiva, enraizada en el puritanismo).
La belleza del estilo abarca mucho: desde la capacidad de perfilar personalidades y apuntar el humor con apenas una conversación o una postura del cuerpo, hasta el uso de la profundidad de campo, que, junto con la fotografía de claroscuros y sombras renegridas, sirve para aislar a los personajes en el espacio -el gimnasio, la clínica-, convertido en una especie de purgatorio del olvido. Ese tono nocturno, espectral y abandonado en el pasado, también se refuerza por la voz en off de Scrap, evocativa y reflexiva. Y es que el de Eastwood es un cine de existencias amenazadas con desaparecer, de “fantasmas” que, como el William Munny de Los Imperdonables, el Butch Haynes de Un mundo perfecto, o el mismo Frankie Dunn, están perdidos “entre ninguna parte y el adiós”, como dice, más de una vez, el sabio narrador del filme.(versión modificada del texto publicado en Somos 26/03/2005)
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