martes, 8 de julio de 2014
miércoles, 14 de mayo de 2014
La felicidad de vivir (Departures/Okuribito, 2008) de Yojiro Takita
Premiada con el
Oscar a mejor película extranjera en 2009, La
felicidad de vivir es la cinta consagratoria del japonés Yojiro Takita,
quien ya había probado un amplio espectro de géneros (desde comedias románticas
hasta fantasías épicas). Sin embargo, el título que le conseguiría el éxito
mundial sería esta historia sobre un joven desempleado que se ve envuelto en un
trabajo “deshonroso”.
Luego de perder su
trabajo como cellista en una orquesta sinfónica, Daigo Kobayashi (Masahiro
Motoki) consigue la complicidad de su esposa para viajar a su pueblo natal --la
provincia rural de Yamagata-- y buscar empleo. Allí se encontrará con un anuncio
de lo que parece ser una agencia de viajes. Ya entrevistado por el Sr. Sasaki, dueño
de la empresa (Tsutomu Yamazaki), Daigo se dará cuenta de se enfrenta a una labor
que tiene que ver con otro tipo de “partidas”: el amortajamiento de cadáveres en vistas a las ceremonias fúnebres tradicionales de Japón.
El iniciado en estas peculiares labores tiene que enfrentar un doble aprendizaje. Por un lado, debe encarar la burla
pública por su nuevo oficio, mientras --gracias a la figura de Sasaki-- aprecia la mística de amortajar muertos. Por otro lado, la reconciliación del protagonista consigo mismo
debe pasar por lo más difícil: perdonar a su padre --quien abandonó la familia
cuando Daigo aún era muy niño, y desapareció para siempre--.
A través de una
fotografía entre gris y otoñal, de fuerte carga evocativa y nostálgica, así como
de una narración transparente y cadenciosa, vemos a Daigo entablar una relación
casi filial con Sasaki, caballero de pocas palabras y aire cínico en apariencia,
cuya sabiduría es captada por el joven a través de una observación entre
fascinada y curiosa. Aquí se hace evidente que el director Takita no se ha
dejado entrampar por ese cine de arrastre verbal --tantas veces impulsado por
Hollywood, y ciego a actuaciones sutiles como las de Yamazaki, de una expresión
gestual elegante y casi al desgaire--.
La felicidad de vivir tiene una
unidad de sentido muy compacta. En el fondo, se trata de una película sobre el
perdón y la tolerancia --ilustrada, con mucho de humor negro, por la familia, que
acepta al hijo transexual póstumamente, en medio del ritual fúnebre--. Pero
también es un filme que se debate entre la tentación de ceder a la fórmula
sentimental más plana, y la exploración de un aprendizaje complejo. Por ejemplo,
ver a Daigo ejecutando una sonata triste en la noche de Navidad, o, peor aún,
ejecutándola en una montaña de Yamagata, son estrategias que sobran. Sin
embargo, la apuesta por la modulación fina de detalles y asociaciones, y el
perfil original de algunos personajes es, felizmente, la tendencia mayor.
Imposible no
recordar al ya citado Sasaki (Yamazaki fue también actor de Kagemusha, Barbarroja y El infierno del
odio, todas de Kurosawa) o a la secretaria y única empleada de la Funeraria , mujer
sensible y atractiva, pero de una alegría quebrada que esconde un secreto del
pasado --secreto que Daigo, en un inicio, no puede perdonar--. Con ellos se forma
una especie de “familia alternativa” de solitarios que han perdido sus
parientes, probablemente lo más interesante del filme, junto con la secuencia
final, hecha a partir de la memoria, símbolos visuales, y un clímax mudo.
Es en ese momento que el filme --serenamente melancólico, a
pesar de sus desbordes sentimentales-- adquiere una coherencia nada simplista ni
complaciente, y conquista su peldaño cinematográfico definitivo. (Versión modificada del texto publicado en Somos, 21/08/10)
miércoles, 19 de marzo de 2014
Balada de un hombre común (Inside Llewyn Davis, 2013) de Joel y Ethan Coen
Parcialmente basada en las memorias del desaparecido Dave Van Rock, Balada de un hombre común presenta a Llewyn Davis (Oscar Isaac), cantautor de música folk que trata de labrar una carrera en los barrios bohemios de Nueva York. Este punto de partida es, también, una excusa para que los hermanos Coen nos sumerjan en una crónica llena de desconcierto, rabia, ternura y frustración.
Ya es conocida la facilidad con la que los Coen pueden crear atmósferas
sugestivas. El humor, y el absurdo, conviven armónicamente en el camino de
personajes frágiles, hasta algo inocentes, determinados a sobrevivir en un
mundo kafkiano y algo siniestro. Es el caso de este joven artista que, ante el
constante rechazo de los agentes y empresarios de la música, va perdiendo la
esperanza. A esto se suma su también complicada relación con sus eventuales
parejas y su propia familia. Con estos elementos, los Coen enhebran una
narración pausada y elusiva, siembran el camino de su héroe con situaciones que
parecen repetirse –y logran transmitir esa amenaza de de no escapatoria ante el
fracaso–. Lejos de remarcar el dramatismo, este se destila como un perfume
misterioso entre sus imágenes. El resultado es un filme sentido, contenido,
lleno de personajes enigmáticos y fugaces –como el excéntrico y autodestructivo
músico de jazz que interpreta John Goodman–. En fin, a esta Balada… le sobran méritos para ser una
de las películas más bellas y trascendentes de los hermanos Coen, junto con Barton Fink, o Sin lugar para los débiles. (En: Somos, 15/03/14)
viernes, 7 de febrero de 2014
El lobo de Wall Street (The Wolf of Wall Street, 2013) de Martin Scorsese
Luego del homenaje a la infancia que fue La invención de Hugo Cabret (2011), Scorsese decidió retornar a otro fuero
que conoce bien: el de un mundo adulto, violento y corrompido. Ese que también
es el de Estados Unidos de América hoy en día. A fin de cuentas, cuando
Scorsese decide contar la historia de un hombre –como lo hizo en Casino o Pandillas de Nueva York– también captura, a escala épica, el
espíritu de una cultura y de una época.
En el marco de su filmografía, esta vez las miras deberían estar puestas en
Casino (1995), obra maestra de
estilo frenético que, como EL lobo…
gravita sobre la construcción de un Imperio basado en el pecado, el engaño y el
crimen. Y, detrás, el antihéroe, que conoce una caída tan vertiginosa como su
estadía en la cima del poder, el sexo, y las drogas. Es el caso del magnate de Wall Street Jordan
Belfort, personaje muy logrado gracias a la actuación de Di Caprio, pero
también a la dirección obsesiva de Scorsese, cuya cámara puede observarlo
arrastrándose en medio de una sobredosis mortal durante varios minutos, y
afrontando una tempestad bíblica en pos del dinero que puede escapársele de
las manos. Y, aunque no es una cinta particularmente novedosa para el director
de Toro salvaje, no se puede dejar
de admirar su coherencia e intensidad: incapaz de deshumanizar a su
protagonista, el filme se atreve a mostrar, con el humor y voluptuosidad que
amerita un universo absurdo y casi surreal, los fastos más cínicos y decadentes
de su sociedad. (En: Somos, 01/02/2014)
martes, 4 de febrero de 2014
viernes, 31 de enero de 2014
El hombre de hielo (The Iceman, 2012) de Ariel Vromen
Michael Shannon
es uno de los actores de carácter más interesantes surgidos en la última
década. Su estilo contenido, hermético y atormentado cobró especial notoriedad
en la cinta independiente Take Shelter
(2011). Sin embargo, también es requerido por la industria, y sin dudas es de
lo mejor en El hombre de acero (2013), nueva historia de Superman a cargo de Zack Snyder, y donde Sahnnon interpretaba al villano Zod. En El
hombre de hielo (2012), estrenada tardíamente en Lima, volvemos a
verlo en el cine dramático de
presupuesto más modesto, interpretando a un asesino a sueldo que nos hace recordar
al trastornado y paranoico hombre de familia de Take Shelter.
Este asesino es
Richard Kuklinski, un gángster que empezó a trabajar para la mafia italiana de
Nueva York en los años sesenta. Ariel Vromen decidió contar esta historia de la vida real,
centrándose, sobre todo, en la doble cara del antihéroe: padre ejemplar en su
vecindario y, a su vez, uno de los más prolíficos sicarios de de
EEUU. La apuesta del realizador es interesante en la medida en que tiene un
reparto bien escogido (Ray Liotta, Winona Ryder, Robert Davi), al que le saca
el máximo provecho. Con un estilo de raigambre más bien clásica, y una exigente fotografía de
tonos fríos y claroscuros intensos, observamos a un extraño ser humano que
trata de no mezclar esos dos mundos antagónicos que, a veces , están a punto de
tocarse. A pesar de un final algo abrupto y los problemas para resolver todas
las líneas narrativas del filme, El
hombre de hielo tiene momentos fascinantes, y más de una actuación memorable.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)