miércoles, 21 de noviembre de 2012

Frankenweene (2012) de Tim Burton



La historia del perrito Sparky y su dueño –el niño Victor Frankenstein–, es una balada melancólica, en miniatura, y en blanco y negro, sobre una infancia atrapada por su propia fantasía: Victor se obsesiona con la posibilidad de devolver la vida a Sparky; para ello, se esconde de sus padres en el altillo de la casa, inspirándose en la figura extranjera –muy parecida a la de Vincent Price del profesor Rzykrusky (Landau). 

Para Tim Burton, la "monstruosidad" suele ser tierna y espiritual, hecha de una apariencia equívoca: su mundo invierte los códigos estéticos. Pero no solo eso. Lejos de ser amable, esta película de animación (a base de la antigua técnica del stop motion) propone una crítica social explícita. Como prueba, tenemos las opiniones de Rzykrusky sobre la ignorancia y el vacío de cultura americana. Además, en este caso, los homenajes al cine de horror, si bien múltiples y hasta exhaustivos, están lejos de ser meramente cómplices: además de dar forma a un drama de injusticias veladas y amistades sacrificadas, Frankenweenie logra esa ansiada revolución de nuestra capacidad de asombro. Las dimensiones del espacio y el tiempo son desafiadas por los espectros del gigantesco Godzilla, de los diminutos Gremlins, de la Momia o de Drácula. Con una épica y original mezcla de humor, anarquía y tenebrismo, el suburbio trastoca su mediocridad, confiando el secreto de la historia a seres incomprendidos y encantados, y reservándoles, a su vez, un espacio para el mito y la trascendencia. Como con Ed Wood, Batman regresa, El gran pez, y El joven manos de tijera, estamos ante una verdadera joya cinematográfica. (versión modificada del texto publicado en Somos 17/11/12)

viernes, 16 de noviembre de 2012

¿Sabes quién viene? (Carnage, 2011) de Roman Polanski



En ¿Sabes quién viene? no hay intrigas que refieran a una verdad oculta como motor del relato. Todo lo que se pone en escena funciona en virtud del absurdo: dos parejas adultas se reúnen para “arreglar”, civilizadamente, el espinoso asunto que supuso una accidentada pelea entre sus hijos. Pero, en lejana resonancia con El ángel exterminador de Luis Buñuel, los dos matrimonios neoyorquinos no dejan de reanudar la “conversación” al interior del apartamento. Una fuerza misteriosa parece que los retiene. A la vez, las buenas maneras y la cortesía se desmoronan poco a poco; los atildados señores se comienzan a convertir en grotescos contrincantes, cada vez más sádicos, crueles, e instintivos, a la par que histéricos, masoquistas, y extrañamente cómplices. La mascarada inicial da paso al confesionario salvaje, gracias a un estilo transparente que disecciona el teatro social hasta desnudarlo, y hace del departamento un campo de batalla. Allí, las excrecencias físicas dejan sus restos, al igual que el desgaste psicológico. Las parejas bienpensantes se reconocen, se atraen y se destruyen, no sin cierto placer –mientras un celular que no deja de sonar hace eco del absurdo de la situación y la época. Con un tónico y furioso humor negro, Polanski disecciona rostros, cuerpos y espacios en un flujo de tiempo real que no da tregua y que está abierto a múltiples lecturas. Cuatro excelentes actores lo dejan todo en este inolvidable match: Jodie Foster, Kate Winslet, Christoph Waltz, y, sobre todo, el gran John C. Reilly. (En Somos, 10/11/12)

miércoles, 7 de noviembre de 2012

Leonardo Favio (1938 - 2012)


Un reino bajo la luna (Moonrise Kingdom, 2012) de Wes Anderson




El cine de Wes Anderson parece dialogar con el artificio visual y narrativo de los libros de cuentos, a partir de un tono de fábula y comedia, por más que se pongan en escena duros aprendizajes de vida. Esta vez, el mundo perdido –coloreado por tonos pasteles llenos de luz– es el de un pueblito de los bosques, y un campamento de boy scouts liderado por el Sr. Ward (Edward Norton). Allí, el púber Sam (Jared Gilman) decide fugarse junto con Suzy (Kara Hayward).
 
Todas las coordenadas del romanticismo se descubren con sutileza: la empresa imposible, la búsqueda de la libertad; la autenticidad en comunión con la naturaleza, versus la hipocresía de los adultos y la sociedad. Pero si esta es una película especial  –como todas las de Anderson– se debe a la articulación novelesca, y hasta teatral, de los sucesos; a la frescura de las actuaciones; el ingenio de diálogos irónicos, o, simplemente, irrisorios, que van matizando a los personajes. Así se va logrando una red de relaciones compleja (entre padres e hijos, entre autoridades y subordinados), donde se forman amistades allí donde uno no pretendía encontrarlas. Sam, el protagonista, es, finalmente, un nuevo avatar del personaje del Genio (todos los héroes de Anderson lo son) que no encuentra un lugar en el mundo, ni una forma de relacionarse con los demás, o de mostrar sus sentimientos. Esta puede ser la película del director de Rushmore (1998) donde es menos difícil acercarse al amor, a la felicidad, o, simplemente, a breves momentos en el paraíso. (Versión modificada del texto publicado en Somos, 03/11/12)

miércoles, 10 de octubre de 2012

Capote (Truman Capote, 2005) de Bennett Miller



1959. Truman Capote lee, en el periódico, una noticia que despertará su interés: una familia de granjeros de Kansas es asesinada brutalmente. Será el inicio de su  proyecto más ambicioso: el libro "A Sangre Fría". La cinta se centra en los cuatro años de elaboración de la novela, lapso en que Capote siguió de cerca la investigación policial, el juicio y la suerte final de los asesinos Perry Smith y Dick Hickock.

La película tiene la forma de un eclipse. Al principio, vemos al autor de "Desayuno en Tiffany's" disfrutando de su notoriedad en la Norteamérica de la época. Capote se divierte en las fiestas neoyorquinas y se burla de la sociedad conservadora; exacerba, como en una especie de venganza, la personalidad excéntrica y llena de amaneramientos que le permite el prestigio y la fama.

Sin embargo, esa máscara de la figura pública comienza a minarse. El interés que supone el crimen de Kansas, y, en particular, el caso de Perry el líder, y el más complejo de los culpables, se convierte en una adicción destructiva. Es mérito de la puesta en escena haber sabido transmitir la mezcla de temor y fascinación que embarga a Capote. Y haber sabido mostrar, a través de breves retazos, la personalidad enigmática y oscura del condenado, lo que irá atrapando el espíritu del novelista hasta un punto de no retorno.

En efecto: por su propia condición homosexual, o por haber sido víctima de una niñez dura, Capote se reconocerá, cada vez más, en la biografía menesterosa de Perry, en su alma atormentada y hermética. Pero la película no idealiza ni a uno ni a otro. A pesar de sentirse afectado, el escritor muestra un egoísmo imbatible, lo que, a su vez, hace cuestionable su manera de manipular a Perry. Por otro lado, este último, muy bien interpretado por Clifton Collins Jr., está delineado con la dosis necesaria de aspereza y desequilibrio.

Lo que es menos evidente, es que el filme tiene otra dimensión, anónima, y que está presente como un mar de fondo. Se trata de la propia cultura norteamericana. Bennett Miller filma los luminosos páramos de Kansas con la misma frialdad con que registra las visitas de Capote a la cárcel. Así se presentan, también, los personajes secundarios, como el jefe de la prisión o el policía Alvin Dewey (Chris Cooper), marcados por una recalcitrante y celosa mirada puritana. Todo esto hace sentir, indirectamente, la crueldad de un país que proyecta su sombra sobre Perry y Capote, a fin de cuentas dos solitarios y marginales del sistema. 

Esta es una de esas películas de escritura clásica, que, en un principio, pareciera tentar un estilo casi ilustrativo. Sin embargo, a medida que el escritor comienza a verse atrapado por el caso, los fotogramas se hacen más sombríos, y las tomas cada vez más cercanas parecen dar réplica al encierro interior que lo consume. Ese eclipse lento, pero irremediable, se logra, en gran medida, gracias al memorable trabajo de Philip Seymour Hoffman. Su Capote está caracterizado con las galas de un actor experimentado que conoce a su personaje mejor que nadie. (versión modificada del texto publicado en Somos, 02/09/06)

Salvajes (Savages, 2012) de Oliver Stone



Oliver Stone es el director de dramas bélicos y biopics políticos como Pelotón, JFK, y Nixon, pero también es el artífice de títulos que proponen la sátira como ingrediente principal –ese es el caso de U-turn, Asesinos por naturaleza, y ahora, Salvajes. Basada en la novela de Don Winslow, esta última cuenta la historia de un trío de muchachos de California, donde “O” (Blake Lively) es la “novia compartida” por “Chon” (Taylor Kitsch) y Ben (Aaron Taylor-Johnson). Los tres lideran un feliz negocio de venta de marihuana, hasta que se les cruza en el camino un cartel mexicano liderado por la despiadada Elena (Salma Hayek)

Stone utiliza recursos conocidos: colores cálidos, sensuales movimientos de cámara, montaje dinámico. El estilo busca un efecto envolvente de seducción, en consonancia con el hedonismo del trío que, fuera de la ley, parece haber alcanzado un paraíso en la tierra. Hay una fábula de “pérdida de la inocencia” de los protagonistas, y todo el filme pone en juego los duros desafíos “deshumanizadores” que suscita la guerra con los gángsteres latinos. Lo que se resiente, no obstante, es que el tono cómico, a veces, no llega a suplantar bien las escenificaciones dramáticas que se presentan. Por otro lado, los mafiosos que interpretan Benicio del Toro y Salma Hayek no trascienden el esbozo y la caricatura. Stone ha hecho una especie de thriller lleno de humor y crueldad, que destila un virtuosismo y habilidad narrativa que su experiencia da por descontado, pero que está lejos de convencer del todo. (versión modificada del texto publicado en Somos, 29/09/12)