El
cine de Wes Anderson parece dialogar con el artificio visual y narrativo de los
libros de cuentos, a partir de un tono de fábula y comedia, por más que se
pongan en escena duros aprendizajes de vida. Esta vez, el mundo perdido
–coloreado por tonos pasteles llenos de luz– es el de un pueblito de los
bosques, y un campamento de boy scouts liderado por el Sr. Ward (Edward Norton). Allí,
el púber Sam (Jared Gilman) decide fugarse junto con Suzy (Kara Hayward).
Todas
las coordenadas del romanticismo se descubren con sutileza: la empresa
imposible, la búsqueda de la libertad; la autenticidad en comunión con la
naturaleza, versus la hipocresía de los adultos y la sociedad. Pero si esta es
una película especial –como todas las de Anderson– se debe a la articulación
novelesca, y hasta teatral, de los sucesos; a la frescura de las actuaciones; el
ingenio de diálogos irónicos, o, simplemente, irrisorios, que van matizando a
los personajes. Así se va logrando una red de relaciones compleja (entre padres e hijos,
entre autoridades y subordinados), donde se forman amistades allí donde uno no
pretendía encontrarlas. Sam, el
protagonista, es, finalmente, un nuevo avatar del personaje del Genio (todos
los héroes de Anderson lo son) que no encuentra un lugar en el mundo, ni una
forma de relacionarse con los demás, o de mostrar sus sentimientos. Esta puede
ser la película del director de Rushmore (1998) donde es menos difícil acercarse al amor, a la
felicidad, o, simplemente, a breves momentos en el paraíso. (Versión modificada del texto publicado en Somos, 03/11/12)
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