miércoles, 30 de noviembre de 2011

El precio del mañana (In Time, 2011) de Andrew Niccol


Las historias de Andrew Niccol combinan realidades artificiales (la actriz virtual de Simone, los humanos perfectos por manipulación genética de Gattaca) que sustituyen a las naturales, más un totalitarismo velado que completa el diseño de asépticas y frías distopías. Lo mismo podríamos decir de El precio del mañana, para la que cuenta con dos de las estrellas de Hollywood más requeridas del momento: Justin Timberlake y Amanda Seyfried

Lo mejor está en su primer tercio. Timberlake debe lidiar con la pobreza de su Zona y la herencia imprevista de un suicida millonario. Lo interesante está en que, en esta sociedad del futuro, la riqueza no se mide en dólares, sino en tiempo de vida. Todos los ciudadanos están programados para llegar a los 25 años, y deben trabajar para ganar más. Finalmente, el protagonista descubre que esta economía es manipulada por una especie de plutocracia decadente asociada con los “guardianes del tiempo” -una policía corrupta e inclemente-. La cinta llega a cautivar cuando descubre las relaciones políticas de los mundos enfrentados, cuando plantea interrogantes sobre la fuerza equívoca y dominante de las apariencias, y de un tiempo sin sentido, al fin y al cabo. Por el contrario, cuando se apuesta por el “amor en fuga” y la acción de la escapada, la falta de inspiración es evidente y el relato languidece. Sin embargo, hay que advertir que el filme cuenta con minutos muy sugerentes, de extraña y cautivante belleza, que no deberían pasar desapercibidos. (versión modificada del texto publicado en Somos, 05/11/11)

lunes, 28 de noviembre de 2011

Nicolás el travieso (Le petit Nicolas, 2009) de Laurent Tirard



Basándose en la serie de libros infantiles de los célebres René Goscinny y Jean Jaques Sempé, Laurent Tirard (más conocido por sus libros de entrevistas a cineastas reconocidos) da vida a un suburbio francés perdido en los años cuarenta o cincuenta, donde habita un niño cuya mayor afición consiste en disfrutar un mundo de travesuras y correrías al lado de sus excéntricos amigos de escuela.

Tirard apuesta por todo tipo de recursos de fotografía y cámara para crear imágenes coloridas, caricaturescas, sofisticadas, y, en cierto sentido, deudoras de ilustraciones de historieta. Se nota la influencia de una gama de directores afines a universos de fantasía: lo más epidérmico de los Coen, Burton, Fellini, sirve de influencia para una puesta en escena empecinada en llamar la atención sobre sí misma, y vaya que lo logra. Pero los costos son muchos: humoradas demasiado previsibles, gags que piden a gritos una mirada enternecida y la complacencia del espectador, personajes de pocos trazos. De alguna forma, se trata de un filme “chic” y de una elegancia gélida en su forma de presentar la sensibilidad francesa -podría decirse que en la senda de Amelie, aunque sin los logros, por pocoas que sean, de esta última-. Acá Nicolás, el personaje que debiera quedarse en nuestra memoria, es un niño de cartón piedra y sonrisa eterna cuyas travesuras son más vistosas que realmente problemáticas, y para quien es muy difícil conseguir alguna cuota de nostalgia, conflicto, o humor que resulte de verdad delirante o entrañable. (versión modificada del texto publicado en Somos 26/11/2011)

Ken Russell (1927 - 2011)


Nos dejó un gran cineasta. Títulos como The Devils, Women in love, Music lovers, Savage Messiah, son una breve muestra de su genio. La crítica de ayer y hoy tuvo, y sigue teniendo, muchas dificultades para tomarlo en serio, para adentrarse en la profundidad de sus historias desequilibrantes y apasionadas. Solo con el tiempo, como sucede con los artistas inclasificables, su obra, quizá una de las más auténticamente románticas y líricas del cine contemporáneo -junto a sus personajes atormentados y malditos-, tomará el lugar que merece: el más alto.

lunes, 21 de noviembre de 2011

El ilusionista (The Illusionist, 2006) de Neil Burger


Esta es la segunda película del realizador independiente Neil Burger. Se trata de la adaptación de un cuento del ganador del Pulitzer Steven Millhauser: "Eisenheim, el ilusionista", especie de fábula romántica ambientada en la Viena de 1900.

La historia comienza con la impronta de un cuento de hadas. En un principio, vemos al pequeño Eisenheim enamorarse de la princesa Sophie, amor que le será arrebatado violentamente debido a las diferencias de clase. Ya mayor, y convertido en un eximio ilusionista, el mago (Edward Norton) se encontrará de nuevo con Sophie (Jessica Biel), ahora prometida del arrogante príncipe Leopold (Rufus Sewell). Y en medio de ese triángulo, el comedido inspector Uhl (Paul Giamatti) tratará de desenmascarar, por orden de Leopold, al asombroso Eisenheim, quien, cada vez más, gana el favor y fe del pueblo.

El Ilusionista está sembrado de detalles muy sutiles, desde los actos de magia que tienen una función estética y simbólica extraordinaria hasta ese diálogo de gestos, subalterno al de las palabras, que termina por organizar el espectáculo. Para esto último, hay que mencionar el magisterio de Norton, quien esculpe su personaje con miradas penetrantes; por su parte, Rufus Sewell da una réplica memorable aportando turbación y fragilidad a su odioso villano.

Otra característica del filme es que hace de su héroe, Eisenheim, un falso protagonista, ya que el verdadero termina siendo el inspector Uhlm personaje que le cae como anillo al dedo a Paul Giamatti, quien se debate entre su fascinación por los actos del ilusionista, su subordinación al tiránico Leopold, y su pasión por averiguar la verdad.

El cambio de perspectiva narrativa, que pasa de Eisenheim a Uhl, es decisiva para crear la incertidumbre y desconcierto que acompaña al acontecimiento luctuoso central sobre el que girará la segunda mitad del metraje. Finalmente, la resolución del caso, por parte de Uhl, permitirá releer el relato, y ahondar en esos sentidos simbólicos  y míticos que dan originalidad a la película.



La concisión expresiva de El Ilusionista, característica del clasicismo del cine, parece estar aunada a ese -ahora ingenuo- aliento decimonónico de las grandes historias de amor. En efecto, la película está llena de los motivos de la literatura romántica del siglo diecinueve, con su reto a la racionalidad, con sus héroes enfrentados al destino, y, sobre todo, ese hálito de trascendencia espiritual que envuelve a la fantasmagoría y el imaginario de la época (cuyo emblema  mayor podría ser "La muerta enamorada", el célebre relato de Gautier).

De inicio sorprenderá al espectador la fotografía en clave baja, virada al sepia, que tanto bien hace para brindar una atmósfera hipnótica, y esa envolvente sensación de ocultamiento. También sorprende el tratamiento adulto muy por encima del estándar actual de la puesta en escena, y el ritmo narrativo sosegado, abundante en primeros planos. Todo eso, más algunas colaboraciones de lujo, como la del músico Philip Glass, contribuye al lirismo y densidad de este humilde filme que hace recordar por un momento a ese viejo estilo de hacer cine, cada vez más raro de encontrar.(versión modificada del texto publicado en Somos, 13/01/2007)