El puntapié inicial lo dio Oren Peli, en 2007, con apenas unas cámaras colocadas por una pareja en vistas al descubrimiento de un evento misterioso. El simulacro del voyeurismo nocturno, privado y silencioso, infiltrado en el reducto más íntimo del hogar, se convirtió en la nueva expresión del género de horror, en épocas donde la captura de “lo real”, más allá de cualquier pudor o barrera social, es lo único que importa.
Pero quizá lo más fascinante de este juego sea, precisamente, la habilidad de sus realizadores para “montar” algo que supuestamente debe lucir como “documental”, como realidad y no como ficción. En ese esfuerzo, logrado con las cámaras digitales, una sola locación, y la buena dirección de unos pocos actores desconocidos, Actividad paranormal 3 logra resistir la tentación de lo reiterativo, del desgaste del truco de la grabación a oscuras -mientras la familia duerme-, para alimentar la fórmula con lo mejor de la tradición del horror: el uso del fuera de campo -haciendo presentir una presencia invisible-; el protagonismo de las niñas que hablan con amigos imaginarios; la investigación del esposo en torno a un pasado intrigante; o la intervención desestabilizadora de espejos y otros motivos clásicos como los aquelarres secretos de un Mal escondido en las entrañas del universo doméstico. A destacar, también, el hecho de que, esta vez, viajamos a los años ochenta gracias a unas viejas cintas de VHS, lo que añade una sofisticación de texturas y sugestiones documentales y temporales de las que también carecían las anteriores entregas. (versión modificada del texto publicado en Somos 12/11/11)
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