Las historias de Andrew Niccol combinan realidades artificiales (la actriz virtual de Simone, los humanos perfectos por manipulación genética de Gattaca) que sustituyen a las naturales, más un totalitarismo velado que completa el diseño de asépticas y frías distopías. Lo mismo podríamos decir de El precio del mañana, para la que cuenta con dos de las estrellas de Hollywood más requeridas del momento: Justin Timberlake y Amanda Seyfried.
Lo mejor está en su primer tercio. Timberlake debe lidiar con la pobreza de su Zona y la herencia imprevista de un suicida millonario. Lo interesante está en que, en esta sociedad del futuro, la riqueza no se mide en dólares, sino en tiempo de vida. Todos los ciudadanos están programados para llegar a los 25 años, y deben trabajar para ganar más. Finalmente, el protagonista descubre que esta economía es manipulada por una especie de plutocracia decadente asociada con los “guardianes del tiempo” -una policía corrupta e inclemente-. La cinta llega a cautivar cuando descubre las relaciones políticas de los mundos enfrentados, cuando plantea interrogantes sobre la fuerza equívoca y dominante de las apariencias, y de un tiempo sin sentido, al fin y al cabo. Por el contrario, cuando se apuesta por el “amor en fuga” y la acción de la escapada, la falta de inspiración es evidente y el relato languidece. Sin embargo, hay que advertir que el filme cuenta con minutos muy sugerentes, de extraña y cautivante belleza, que no deberían pasar desapercibidos. (versión modificada del texto publicado en Somos, 05/11/11)
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