1959. Truman Capote lee, en
el periódico, una noticia que despertará su interés: una familia de granjeros de
Kansas es asesinada brutalmente. Será el inicio de su proyecto más ambicioso: el libro "A Sangre Fría". La cinta se centra en
los cuatro años de elaboración de la novela, lapso en que Capote siguió de
cerca la investigación policial, el juicio y la suerte final de los asesinos
Perry Smith y Dick Hickock.
La película tiene la forma
de un eclipse. Al principio, vemos al autor de "Desayuno en Tiffany's" disfrutando de su
notoriedad en la Norteamérica de la época. Capote se divierte en las fiestas
neoyorquinas y se burla de la sociedad conservadora; exacerba, como en una
especie de venganza, la personalidad excéntrica y llena de amaneramientos que
le permite el prestigio y la fama.
Sin embargo, esa máscara de
la figura pública comienza a minarse. El interés que supone el crimen de
Kansas, y, en particular, el caso de Perry –el líder, y el más complejo de los culpables–, se convierte en una adicción destructiva. Es mérito de la puesta en
escena haber sabido transmitir la mezcla de temor y fascinación que embarga a
Capote. Y haber sabido mostrar, a través de breves retazos, la
personalidad enigmática y oscura del condenado, lo que irá atrapando el
espíritu del novelista hasta un punto de no retorno.
En efecto: por su propia
condición homosexual, o por haber sido víctima de una niñez dura, Capote se
reconocerá, cada vez más, en la biografía menesterosa de Perry, en su alma
atormentada y hermética. Pero la película no idealiza ni a uno ni a otro. A pesar de
sentirse afectado, el escritor muestra un egoísmo imbatible, lo que, a su vez,
hace cuestionable su manera de manipular a Perry. Por otro lado, este último,
muy bien interpretado por Clifton Collins Jr., está delineado con la dosis
necesaria de aspereza y desequilibrio.
Lo que es menos evidente, es que el filme tiene otra
dimensión, anónima, y que está presente como un mar de fondo. Se trata de la
propia cultura norteamericana. Bennett Miller filma los luminosos páramos
de Kansas con la misma frialdad con que registra las visitas de Capote a la
cárcel. Así se presentan, también, los personajes secundarios, como el jefe de la
prisión o el policía Alvin Dewey (Chris Cooper), marcados por una recalcitrante
y celosa mirada puritana. Todo esto hace sentir, indirectamente, la crueldad de
un país que proyecta su sombra sobre Perry y Capote, a fin de cuentas dos
solitarios y marginales del sistema.
Esta es una de esas
películas de escritura clásica, que, en un principio, pareciera tentar un
estilo casi ilustrativo. Sin embargo, a medida que el escritor comienza a verse
atrapado por el caso, los fotogramas se hacen más sombríos, y las tomas cada vez más
cercanas parecen dar réplica al encierro interior que lo consume.
Ese eclipse lento, pero irremediable, se logra, en gran medida, gracias al
memorable trabajo de Philip Seymour Hoffman. Su Capote está caracterizado con
las galas de un actor experimentado que conoce a su personaje mejor que nadie. (versión modificada del texto publicado en Somos, 02/09/06)
No hay comentarios:
Publicar un comentario