El argumento de la cinta se tomó del libro “Pase libre”. Allí, Claudio Tamburrini cuenta su historia, como sobreviviente de las operaciones, de secuestro y tortura, que acometieron los comandos paramilitares durante la dictadura de Videla, en 1977. El protagonista es interpretado por Rodrigo de la Serna, el buen actor a quien muchos reconocerán por Diarios de motocicleta.
Al inicio del filme, vemos a Claudio jugar como arquero para un equipo menor de la localidad, sin imaginar que, al retornar a casa, se chocará con un destino inesperado -que, podría decirse, le tocó por puro azar. Parte del interés que genera el relato está, precisamente, en que los hechos se muestran de manera frontal, en una sucesión continua e implacable, donde no sabemos qué esperar.
Los espectadores estamos tan desconcertados como el personaje principal. A Claudio lo capturan sin razón aparente, y sin saber que ha sido víctima de una estrategia de evasión preparada por un grupo político de oposición. Así, nos internamos en la pesadilla de Claudio, a quien encierran en la Mansión Seré, una casona de las afueras, donde los secuestradores inflingían toda serie de vejámenes a sus prisioneros.
El dominio de los medios de expresión fílmicos salta a la vista. Las perspectivas visuales, siempre parciales y expectantes, de las víctimas, se multiplican; los sonidos, al interior de la estancia, cobran una importancia vital. Es un dominio de la filmación del espacio que, quizás, alcanzó sus grados máximos de sutileza con Un condenado a muerte se escapa (1956), el clásico de Robert Bresson, pero que aquí adquiere una impronta expresionista, al límite de lo alucinante o febril: ahí están algunos recursos habituales en el cine de terror, como la profundidad de campo, los encuadres aberrantes, o algunos desenfoques, técnicas que Caetano usa siempre pertinentemente, para poder transmitir la experiencia asfixiante y claustrofóbica de su héroe.
Pero lo más importante de la película es que, si bien nos mantiene en suspenso constantemente, no lo hace bajo un pretexto trivial, ni tampoco sobre un pobre sustento dramático. A la vez, Crónica de una fuga logra despercudirse de toda retórica histórica, o política. Por el contrario, vemos la realidad a través de los ojos de un joven de clase media que, de pronto, sin ninguna causa o motivo, atraviesa una serie de umbrales de miseria, crueldad, y dolor, que lo transforman, hasta el punto de hacerlo irreconocible.
Detrás de la mirada de Caetano hay una reflexión sobre la condición humana, cuando ella está despojada de todo, y se acerca a una indigencia o fragilidad extremas. Esta mirada ya la habíamos reconocido en Pizza, birra, faso (1998), o en Bolivia (2001), donde también permanece un espíritu de resistencia, y un resabio de ternura, detrás de la dura realidad que muestra. Crónica de una fuga continúa esa exploración que hace, de Caetano, uno de los nombres fundamentales del cine latinoamericano. (versión modificada del texto publicado en Somos, 12/08/2006)
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