Entre lo peor -y más taquillero- del 2009, era difícil competir con Transformers 2. Sin embargo, con no menos millones en los bolsillos, salió al frente Luna nueva, segunda adaptación al cine del best seller de Stephenie Meyer -la saga “Twilight”. En efecto, los libros de Meyer -sospechoso revival de la mitología vampírica y licantrópica en el contexto de la angustia adolescente tardomoderna- tuvieron, por fin -y luego del moderado éxito de la primera parte-, su equivalente cinematográfico en cuanto a record de ventas.
¿Cuál fue el secreto de la fórmula mágica? La romántica y autodestructiva “Bella” -nombre muy original y sugerente- domina las escenas exhibiendo, de todas las formas posibles, su bien posada depresión; siempre al estilo de algún cartel de Calvin Klein, filtrada por pulcros azules y blancos ensombrecidos. Como no podía ser de otra manera, esto se debe a la ausencia de Edward, un vampiro más blanco y pálido que ella, pero no menos sufriente y melancólico. La fórmula de Meyer no es nueva, en su pretensión de estirar al máximo un amor “imposible”, dada la condición de “chupasangre” de Edward -los enamorados permanecen castos y sufridos toda la película, por propia decisión. Mientras tanto, una banda de chicanos del bosque hacen de hombres lobo -por su puesto, uno de ellos se enamora de Bella- cuyo apasionamiento “salvaje” contrasta con el fúnebre estilizamiento de los vampiros.
Este es un cine que ha hecho de la “pose” de la depresión, y de la autoconmiseración, su razón de ser y un tópico, un fetiche kitsch. Los que busquen algo más detrás del maquillaje, solo encontrarán escenas de un melodramatismo grueso y sin muchos matices (hay que ver a Bella gritar de sufrimiento en su cuarto, como si la estuvieran torturando, solo por el recuerdo de Edward), y un producto que basa su efectividad en recursos epidérmicos redundantes y gratuitos (desde formas de pararse, de mirar, hasta múltiples variantes de looks andróginos y musculaturas atléticas).
Ha pasado el tiempo de las películas de John Hughes, donde los adolescentes se rebelaban frente a los dictámenes de la sociedad sin tener que adoptar una actitud solemne y martirizada. Ya muchos habían anunciado a este filme, no sin cierta sorna, como Lo que el viento se llevó de los “emos”. Y en efecto, habría que urgar en la nueva identidad adolescente que enarbola esta pareja de enamorados castos y sensibles hasta el suicidio, llenos de atuendos y peinados sofisticados que parecen confeccionados por algún heredero gótico de Armani, y que están decididos a fascinar con fraseos de telenovela e inflexiones desvalidas hasta el hartazgo.
Las poses -porque la película no está hecha de comportamientos “naturales”, sino de un increíble show de subrayadas miradas artificiosamente pensadas para su audiencia- dominan el lenguaje cinematográfico, y convierten la narración en una aburrida compaginación de escenas-fetiches y de diálogos poco imaginativos (“No soy nada. Soy humana. No soy nada”, dice la meliflua Bella).
Luna nueva vuelve a poner en su lugar a las burlas de la crítica, puesto que para Hollywood un filme también es “bueno” cuando proporciona el espejo correcto para millones de adolescentes, y punto (los integrados se identificaron con Transformers, los “sensibles” con Luna nueva). A veces, la crítica coincide con el gusto de las masas. A veces, no. Pero ¿a quién le importa? (versión modificada del texto publicado en Somos, 05/12/09)
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