El origen es un thriller decididamente “mental” -que juega a complicar aún más las realidades virtuales de Matrix. Para esto, Christopher Nolan escribió una historia centrada en la posibilidad de invadir el sueño de otros: Cobb (Leonardo DiCaprio) es un especialista en hallar los secretos del subconsciente, para poder “sembrar” alguna idea que permita lograr los objetivos de quien lo haya contratado.
A través de una narración rápida -que apenas deja procesar las “reglas del juego” de este viaje futurista- toma forma una especulación científica y filosófica, a la vez una prueba de resistencia física. La escapada de Cobb y sus amigos, ante la arremetida de las defensas del inconsciente del magnate Robert Fischer (Cillian Murphy), es una lucha contra el reloj; una que debe replicarse, a su vez, cuando se abran más sueños dentro del sueño -con un estupendo montaje que pone en simultaneidad los diferentes tiempos-, ficción dentro de otra ficción que expresa una “relatividad” gravitante en el filme, y que nunca deja de acechar las verdades más profundas.
Los protagonistas de Nolan defienden el Bien, pero desde una consciencia culposa, obsesionada, minada por el Mal. La ambigüedad es el signo. Es el caso de Cobb, por supuesto, quien no deja de ver cómo la imagen de su amada (Marion Cotillard) llega para quebrar la certeza de que está soñando. Y siempre, en Nolan, la confrontación se hace en función al saber de la culpa, convertida en la clave para dominar la mente del otro. Se trata de compartir un secreto: el asesino (Robin Williams) de Insomnia era el único que conocía las malas prácticas del policía (Pacino). Y por eso surge la pregunta: ¿qué diferencia realmente al uno del otro?, o ¿qué diferencia a Batman del Guasón, en El caballero de la noche, si los dos son monstruos vengadores que toman la justicia en sus manos, a espaldas de la ley?
En El origen, el “héroe” deja ver un doblez -un lado transgresor y autodestructivo-, así como el representante del Mal revela lados inocentes, un reducto del Bien. A fin de cuentas, Cobb puede ser visto como un ladrón a sueldo y un manipulador de mentes, mientras que Fischer puede ser visto como la víctima de Cobb, o como la víctima de otro magnate. Como en Insomnia, lo que está en juego -en este acceso exclusivo a la culpa, a la piedra de toque mental del contendor- es un poder casi divino, una redención absoluta.
El problema de El origen no está en sus imágenes, ni en sus personajes, sino en que abarca demasiados temas, en que insiste en ofrecer acción, pirotecnia, cuando ya no la necesitamos. Es una pena que algunas líneas argumentales no puedan ser desarrolladas a profundidad -la historia romántica de Cobb, la infancia perdida de Fischer. Su potencial dramático es sacrificado frente a explosiones y balaceras a veces fatuas; una concesión al espectáculo que no termina por malograr una propuesta cautivante, que deja nuevos derroteros a seguir. Los ecos de Ciudadano Kane -recordar el enigma, cifrado en alguna capa del pasado del más poderoso de los hombres- todavía retumban, cuando un par de monopolios se pelean el planeta. Diagnóstico coherente con esa utopía, no tan lejana, de pretender vivir en un sueño, sin despertar jamás, lejos de una realidad cada vez menos nuestra. (versión modificada del texto publicado en Somos, 07/08/10)
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