Katie Tippel está lejos de ser uno de los títulos más populares o prestigiosos de Verhoeven. Lo que no impide, para nada, que la declaremos, desde estas páginas, como una rotunda obra maestra que está a la espera de ser descubierta. Estamos ante la lucha por la sobrevivencia de la hija (de nuevo la magnífica Monique van den Ven) de una familia muy pobre que, apenas establecida en la Ámsterdam del siglo XIX, tiene que afrontar la hambruna que asoló a la naciente burguesía holandesa. Basándose en la novela de Neel Doff, el director de Total Recall hizo su obra definitiva sobre la mujer, sobre “su” mujer: como luego sucedería con la Rachel Steinn de La lista negra (2006), Katie es resistente hasta lo imposible, es vejada y usada, se disfraza y se transforma, es humillada de la forma más cruel, y tiene que usar su sexualidad para salvarse -y para conseguir esa ansiada y esquiva libertad que para el director no solo es espiritual sino también muy real, muy concreta y muy física.
Se nota que Verhoeven ama a Tippel, y que muestra, en grandes planos frontales, toda la dimensión de su lucha: ella se quema las manos en la lavandería donde trabaja, pelea como una fiera por un mendrugo, acepta la prostitución de su hermana, y, luego, es inducida al negocio por voluntad de su propia madre. Los traumas de Katie se suceden uno tras otro, así como unas aventuras en las que el riesgo es lo único que parece prometer la salvación. Esta crónica de calles y estancias herrumbrosas, negras y fétidas, de pasos por los hospicios y la tuberculosis, da un giro interesante cuando la protagonista conoce a unos jóvenes bohemios y adinerados. El humor, los sentimientos y afectos que parecerían negados para siempre a Katie, abren surcos inéditos en el filme, así como una aparente solución a los problemas. Sin embargo, Verhoeven no es ciego a las diferencias de clase, ni a la inocencia de Tippel, quien seguirá descubriendo los complejos y duros entramados de la vida.
La cámara de Verhoeven se desliza con tersura y con un inusual aliento lírico. Y, a la vez, no deja de ser apremiante y desesperante en su forma de mostrar excrementos, cuerpos, o rostros grotescos. Simplemente, el autor a conseguido una escritura y una habilidad narrativa llena de plenitud, a la vez que se ha metido en la piel de una mujer como nunca antes. En Delicias Turcas (1973) se trató de un héroe masculino, el definitivo. En Katie Tippel le tocó el turno a una heroína, la definitiva, y quizás se trate de la mejor película de Verhoheven. (versión modificada del texto publicado en Godard! Nº15, marzo 2008)
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