sábado, 12 de febrero de 2011

Identidad sustituta (2009) de Jonathan Mostow

 
Bruce Willis vuelve una vez más como héroe americano de espíritu sencillo y pragmático. Es Tom Greer, policía de un mundo que remeda al actual, solo que llevando al extremo algunos vicios de moda. En vez de la adicción a Facebook, celulares y juegos de computadora -donde se viven vidas virtuales-, estos ciudadanos permanecen echados en sus dormitorios, mientras controlan la vida de unos robots que los sustituyen en las labores diarias (idea que surgió al comprobarse que un gran porcentaje de adictos a los videojuegos había abandonado sus trabajos y se había divorciado -había abandonado el mundo “real”).  

Pues bien, ideas no faltan en esta distopía próxima y amenazante. El vaticinio es que el individualismo contemporáneo no solo acabará con cualquier rezago de vínculo comunitario, sino con lo único que quedaba: la participación de nuestro cuerpo, de nuestro rostro, en el mundo. Esta verdad es la que se luce, con un diseño bastante fino -y eso no tiene que ver tanto con los efectos especiales, sino con la dirección de actores-, en este thriller de apuntes existenciales.

Pero para tener una buena película no basta una imagen de robots yendo a centros de belleza, o una secuencia de acción espectacular -que hay, y muy buenas. En ese sentido, y más allá de una intriga algo manida -y de una narración apresurada que pasa muy rápido la lista de preguntas metafísicas planteadas, para las que habría que darse unos minutos más-, la película trabaja lo suficiente, por lo menos, en el perfil, evolución y  sentimientos de su héroe, Tom Greer, aprendizaje que encaja bien en el estilo de la fábula moral.


En efecto, Greer hace un aprendizaje que resume al de cualquiera que empieza a ver con ojos críticos la rutina en la que vive, para luego darse cuenta de que la modernidad está enajenando a sus miembros, privándolos de tiempo, de vínculos básicos que se necesitan para dar sentido a la vida y ser libres. En este caso, la evolución del detective también pasa por este conflicto: debido a un crimen misterioso, se descubre un complot que pone en riesgo la sobrevivencia de los robots. Por otro lado, es la existencia de los replicantes la que priva a Greer del contacto con su esposa y su propia familia. ¿Qué debe hacer Greer, entonces? ¿Salvar el orden imperante del peligro de un atentado terrorista, o preferir la abolición de ese sistema que le ha quitado su vida?

Identidad sustituta no solo es una interesante puesta en imágenes de un futuro cercano -cercanía que se acentúa al instalarnos en Boston, ciudad ejemplar en cuanto a la combinación de arquitecturas señoriales y modernas-, sino que, en la tradición de películas como Blade Runner -salvando las distancias- o Total Recall, está muy lejos de ser una ruleta rusa más de Hollywood. A partir de la experiencia que compartimos con el protagonista -confundido en relación a su propio rol como policía, y “extrañado” en un mundo en el que vivió con una supuesta comodidad que no admitía dudas- el realizador Jonathan Mostow llega a incursionar en el dominio del asombro y los afectos. Es verdad, también, que por el material con el que se contaba, y a partir de su extraordinaria primera hora, se podía esperar mucho más de ella; que el villano (tener a James Cromwell no es poca cosa) está algo desaprovechado, y que la resolución es bastante convencional. Pero, valgan verdades, ¿cuántos thrillers futuristas pueden ser tan suspicaces, incisivos y políticos como este? (versión modificada del texto publicado en Somos 19/12/2009)


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