viernes, 21 de octubre de 2011

Busca tu refugio (Run for Cover, 1955) de Nicholas Ray


Antes de trabajar con James Dean, Ray conocería a otro chico malo, uno de los mejores actores de Hollywood: James Cagney, quien prueba un papel atípico en su carrera: Matt Dow es un cowboy que, en un descanso en medio del camino, conoce al adolescente Davey Bishop (John Dereck), con quien establece amistad. Sin embargo, un accidente conlleva trágicas consecuencias para el joven Davey -quien quedará con una pierna lesionada para siempre-, mientras que Matt se convertirá en el sheriff del pueblo.

Hay muy poco que reprocharle a este filme, febril e irreal como los mejores de su autor. En realidad, vendría a ser un “western de hombres” que da la réplica al duelo de Joan Crawford y Mercedes McCambridge. Aunque más atemperado que el de Johnny Guitar (1954), este también es un estudio psicológico de atmósferas solares y oníricas, más que un western de lucha por la colonización. En los westerns de Ray (incluida La verdadera historia de Jesse James, de 1957), los conflictos son internos y pasionales: Davey es un rebelde no solo por ser huérfano y demasiado joven como para fungir de brazo derecho del sheriff, sino por una invalidez que acrecienta aún más la brecha con su mentor, quien representa la fuerza de carácter y la experiencia de un verdadero héroe del Oeste.

Pero Ray no deja de descubrir lados oscuros. Tan pronto Matt Dow se hace de la confianza del pueblo y de la chica que ama (Viveca Lindfords), se ve acorralado por su pasado delincuencial. A la vez, Davey se las arregla para tejer un plan perverso, con sabor a venganza íntima y social, y  cuyo último propósito es ganar el respeto, incluso el temor, de su figura paterna. El director de Los amantes de la noche (1949) vuelve a plantear, con maestría, un retrato jalonado por fuerzas incontrolables -la violencia del filme es un síntoma de la tiranía del inconsciente-, pulsiones que se camuflan hábilmente en medio de aparentes remansos de calma y engañosas apariencias de normalidad.

Finalmente, tanto el adulto idolatrado, como el joven minusválido, son desarraigados que buscan una identidad, una pertenencia, un hogar. Por eso, quizá, resulta tan lógica la amistad turbulenta que se establece entre ambos. Una que pasa por el castigo severo, el engaño, y algún que otro disparo mortal. Con Ray, la libertad de los espacios infinitos del Oeste, tan melancólicos como encendidos, tiene una cualidad hiriente, esa que solo pude dar una historia de orfandad trágica e irresuelta.(En: Godard! N° 28, julio 2011)

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