Lejos de ella es el primer largo de Sarah Polley, actriz canadiense que ha participado en películas de autores consagrados de su país como Atom Egoyan (The Sweet Hereafter, 1997) y David Cronenberg (Existenz, 1999), así como en proyectos independientes de directores como Isabel Coixet (Mi vida sin mí, 2003). Para este, su primer trabajo detrás de cámaras, Polley adaptó la novela de Alice Munro que cuenta la historia de Grant Anderson (Gordon Pinsent), hombre que en el otoño de su vida debe afrontar el hecho de que su esposa Fiona (Julie Christie) padece del mal de Alzheimer y está perdiendo la memoria.
Tratándose de un material eminentemente dramático, propenso a la exacerbación, lo que distingue a Lejos de ella es su registro susurrante y contenido. Un estilo que no vale por sí mismo, sino por la coherencia con los sentimientos a explorar: la impotencia muda, la frustración, la aceptación de una pérdida. Y, por eso, acá el cine se hace con los silencios y miradas absortas de Grant, personaje cuyo rostro está lleno de un asombro o una conmoción serena que, a pesar de todo, nunca llegan a doblegarlo.
Por eso, el mérito de la cinta no recae solo en Christie -quien vuelve a confirmar que es "la más poética de todas las actrices", como solía decir Al Pacino-. Pinsent -uno de los más respetados actores de Canadá- hace una interpretación decisiva para que el filme alcance la profundidad que tiene. En su trabajo no solo vemos el dolor y el estremecimiento, sino también la temerosa lectura, a tientas, de los misteriosos gestos que su esposa hace en medio de su extravío. Se trata de un nuevo comportamiento, que Grant debe descifrar en su esfuerzo por permanecer con una mujer a la que conoció por más de cuarenta años, pero que ya no puede entender bien, y se aleja sin remedio.
Lejos de ella hace una pregunta: ¿qué afectos nuevos, que necesidades inéditas son las que hay que descifrar en Fiona? Porque este es un filme sobre el misterio del rostro, sobre lo que oculta. En ese sentido, se insertan imágenes del recuerdo, grandes primeros planos de una joven Fiona que mira de frente a la cámara. Pero Grant no se rinde, y pregunta sobre el tema a las enfermeras de la clínica. Sin embargo, ninguna actitud es predecible. La realidad se convierte en una especie de ensueño cruel, de pesadilla dulce, conjurada por una luz blanca y vaporosa -que corresponde al invierno, pero también a la residencia de los enfermos-, colores suaves, movimientos imperceptibles de cámara, así como una música de fondo tan sutil y embelesante como las imágenes.
En fin, el estilo de Polley provee de unas sensaciones que no son gratuitas: muy pronto nos damos cuenta de que Grant es el espectador privilegiado de ese estado incierto, ido, soñoliento, en que ha caído Fiona al entrar en lagunas mentales, caminos sin destino, miradas perdidas, amnesias, recuerdos flotantes. Por todo esto, podríamos decir que Lejos de ella es tan cinematográfica y moderna como toda película donde la mirada y el tiempo ejercen un papel central. A esto solo había que sumar una relación, imperfecta y sentida, como la de esta pareja, para que no falte ese poder de conmoción al que no ha dejado de aspirar el cine, sea cual sea su época o proveniencia. (versión modificada del texto publicado en Somos 15/03/2008)
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