Buenos Aires, 1982. Mientras una de las dictaduras más sangrientas de Latinoamérica da sus últimos suspiros, Marita (Julieta Zylberberg), joven preceptora, se encarga de oficiar los rituales y marchas en una de las grandes escuelas de Argentina. Con la complicidad de su jefe, el profesor Biasutto (Osmar Núñez), Marita se convierte en una espía estricta, y, a la vez, en pieza clave de un engranaje de poder que adquirirá proporciones y derroteros insospechados.
El relato se concentra, casi exclusivamente, en los pasillos y claustros antiguos del colegio. Espacio que puede verse como un dominio corroído por el tiempo y de espaldas al futuro –aludido por manifestaciones callejeras que solo podemos escuchar, y que el director pone “en off”. Lerman no deja de filmar, con tomas panorámicas y travellings dilatados, ese mundo cerrado que reproduce el espíritu de represión y control casi omnisciente de los gobiernos totalitarios. Pero más allá de la metáfora social e histórica inmanente al centro educativo -que nos remite al gran panóptico disciplinario de Foucault-, lo que da fuerza al filme es el retrato de su protagonista, muchacha avejentada y tímida que reprime su sexualidad, y que mezcla la sanción y el goce secreto en su vigilia entendida, también, como voyeurismo culposo. A pesar de que el filme acusa demasiado sus intenciones de equiparar el conflicto sexual con el contexto político, no deja de ser una película de momentos intensos y dueña de un propio dominio estético. (en: Somos 28/05/2011)
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