Catherine Hardwicke (Crepúsculo) es más conocida por su habilidad para llenar las salas con un público adolescente, que por su talento cinematográfico. Si A los trece (2003), supuesto diagnóstico de la pubertad en los años del piercing, probaba el efectismo del reportaje directo con una cámara que no paraba de moverse, esta revisión del cuento de Perrault no ha pasado por alto ningún ingrediente taquillero: erotismo, indagación detectivesca, suspenso, acción, y horror, todo envuelto en esa suntuosidad entre preciosista y gótica que inició Crespúsculo.
Ahora, la bella muchacha (Amanda Seyfried) debe descubrir la identidad de la bestia que azota el pueblo, y puede ser cualquiera de sus habitantes. Además, la heroína recuerda un momento de la infancia en el que fue cruel -lo que la vincularía con el monstruo, que conoce su secreto. Pero Hardwicke no parece creerse su propio cuento: Seyfried es más fetiche que mujer, las falsas pistas redundan, las adivinanzas se banalizan, y, lo peor: los asedios de los pretendientes -que se ponen en paralelo con la caza del monstruo- nunca dejan un romanticismo acartonado, más parecido al de Crepúsculo que al de cualquier pasión o erotismo con algún poder perturbador. Sin llegar a delinear un personaje complejo (Gary Oldman y Julie Christie son un desperdicio de lujo), La chica de la capa roja se pierde en sus juegos de puntos de vista, sus trucos de cámara y sus derroches de producción, más inofensivos que interesantes o misteriosos. (versión modifricada del texto publicado en Somos 07/05/2011)
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