Estamos en la Gran Bretaña de los años veinte, donde Kitty (Naomi Watts), una joven dama inglesa, acepta casarse, como una forma de librarse de su familia, con el conspicuo doctor Walter Fane (Edward Norton). Kitty no tarda en serle infiel a su marido. Pero el verdadero conflicto llega cuando ella descubre la inconsistencia de los sentimientos de su amante (Liev Schreiber), y se ve obligada a seguir a su esposo en una aventura casi suicida: la de establecerse en un alejado pueblo de China azotado por una epidemia de cólera.
Se supone que una película como ésta -una producción con gran atención al detalle, una adaptación literaria (de la novela The Painted Veil de Somerset Maugham), una recreación de época, una historia de amor enmarcada en escenarios naturales- propone una concepción de la belleza que podría considerarse como “clásica”. Pero, ¿qué hace que el filme no caiga en la ostentación ornamental, en la complacencia de las imágenes de postal, o en el preciosismo epidérmico?
En realidad, Al otro lado del mundo tiende al minimalismo más que al barroco, a la sombra más que a la luz. Pero, a la vez, como querían los románticos del siglo XIX, es un filme sobre el aprendizaje y el acceso a una verdad que no se consigue con la razón, que solo es posible a través del dolor y la experiencia emocional o afectiva. En efecto, lo extraordinario es que Curran sabe filmar no tanto para contar una historia -cosa que hace con una gran economía y efectividad-, sino para lograr que las diferentes formas que tiene Kitty de concebir el amor, o la felicidad, se derrumben una tras otra, siempre hacia una experiencia superior y más plena.
Lejos de idealizar a su heroína, el filme la presenta, al principio, algo autosuficiente, frívola o superficial. Sin embargo, la cámara explora sus posteriores decepciones, humillaciones, y descubrimientos, con tal sutileza, que terminamos ante una mujer desesperada y enamorada, ante un aprendizaje conmovedor. Es un conocimiento que progresa en forma recíproca: el doctor Fane, quien al principio aparecía como un hombre gris y predecible, revela sus lados oscuros y complejos, y se convierte en una figura tan fascinante como la misma realidad extranjera y miserable que lo rodea.
Al otro lado del mundo es la historia de una venganza. Pero, paradójicamente, también es la de un amor sublime y breve, que se consigue al final de un largo y extraño camino. Las actuaciones de Watts y Norton (quienes también figuran como productores de la cinta) pueden contarse entre lo mejor que han hecho. La fotografía y la composición privilegian los espacios vacíos, luces tenues, atmósferas apagadas y mórbidas, en consonancia con la muerte que amenaza y está en todas partes. Los protagonistas entablan un duelo apasionante, y se juegan algo más que la vida en este filme elegante y discreto, cuya belleza es mucho más interior que exterior. (versión modificada del texto publicado en Somos 12/01/2008)
No hay comentarios:
Publicar un comentario