Aún recuerdo la expectativa que nos causó la muy elogiosa presentación que le hizo el director del último Festival de Cine Independiente de Buenos Aires, Sergio Wolf, esperanza que no pudo ser respaldada por la historia del crítico Jorge Jellinek -quien se llevó el premio a mejor actor. A pesar de una primera parte interesante -por sobria y llena de latencias-, la cinta naufraga al caer en la tentación de apelar a un sentimentalismo cinéfilo bastante obvio y complaciente. Jellinek, haciendo de sí mismo, se rebela ante la toma de su Cineteca, se sale de la película “seria”, y cumple con una escapada de fantasía que amalgama referencias al western, los Godards de los sesentas, los musicales clásicos de Kelly o Astaire, y un listado de evocaciones (que van del cine mudo hasta el expresionismo alemán) que provocarán, en un cierto sector de la crítica, extasiadas decodificaciones históricas -tan eruditas como banales y efectistas-. Todo termina entonces en un juego de estilo, un infantilismo “esnob” en el que algunos creen ver cierta poesía menor o alguna deslumbrante complicidad metafílmica. En lo que respecta a nosotros, en esta segunda parte solo pudimos descifrar una forzada suma de secuencias -tan calculadas como unidimensionales en su epidérmica complacencia culterana.
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