Mucha expectativa había causado esta precuela, destinada, al parecer, a ser una trilogía que anteceda al clásico de 1968 de Franklin J. Schaffner. El peligro mayor que corría era, quizás, el abuso de la manipulación digital y la pirotecnia de efectos especiales, en detrimento de lo que hizo tan cautivante a la película protagonizada por Charlton Heston: el drama “humano” estaba más allá del espectáculo de fantasía y los valores de producción. Pues el director inglés Rupert Wyatt parece haber aportado ese control y dirección artística que permite ver, en el evolucionado simio César, un nuevo Espartaco capaz de comunicar los sufrimientos y las amarguras más humanas que hayamos visto últimamente por parte de criaturas fantásticas.
Lo mejor de este capítulo inicial es esa extraña “película de aprendizaje” que pone en juego el cuestionamiento de la identidad del primate, y, por supuesto, el “drama carcelario” de César, que sorprende y convence con el inédito trabajo de Andy Serkis -el verdadero actor detrás del rostro dolido y tenaz del héroe. Pero son los detalles y aspectos secundarios los que terminan por redondear la calidad de esta ®evolución: la atmósfera familiar de la casa del Dr. Rodman (James Franco) y su padre (John Lithgow); el tema de la experimentación genética, la crueldad y los riesgos que implica; la “cámara subjetiva” que nos sumerge en la terrible experiencia de César; y la dinámica de encierro y libertad que se estructura de principio a fin, así como de impotencia y rebeldía.(versión modificada del texto publicado en Somos 27/08/2011)
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