lunes, 25 de abril de 2011

Carancho (2010) de Pablo Trapero


Ricardo Darín es Sosa, abogado especializado en accidentes de tránsito. Su trabajo radica en asegurar a humildes víctimas para un estudio jurídico corrupto. Trapero, uno de los más importantes cineastas argentinos de hoy, se inspira en el “cine negro”. De acuerdo al género, Sosa es un antihéroe típico: desengañado y cínico, pero en el fondo romántico, enfrentado a una sociedad podrida, hecha de mentira y desconfianza.

Razones no faltan para comprender por qué el espíritu del “film noir” está en la base. Sosa es un personaje nocturno, que en medio de su rutinaria resignación conoce a la enfermera Luján (Martina Gusman). Esta se convierte en la segunda articulación dramática, donde sobrevuelan las ilusiones de Sosa, y su última oportunidad de abandonar la soledad. Hasta ahí, la inspiración en el género, porque Carancho también es fiel a una poética personal, la de Trapero, experto en confeccionar agitadas cartografías de los subterfugios más cruentos de Buenos Aires, donde lo delincuencial se hermana con lo institucional, y donde la injusticia pone a los personajes en dilemas por los que la vida pende de un hilo, de los que no se puede escapar. 

Por otro lado, pareciera que el papel fuera creado para Darín, cuyos modos cansinos, elegantes, melancólicos, cubren una mirada que se enciende cuando se topa con una frontera moral infranqueable, pese a la miseria que lo rodea. Carancho es un filme duro, que respira angustia y orfandad, cuyas calles lacerantes no dejan de asfixiar a sus anonadados personajes. (versión modificada del texto publicado en Somos 23/04/2011)

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