Amenábar vuelve con un drama histórico que pretende recrear los últimos años de vida de Hypatia (Rachel Weizs), filósofa y astrónoma a la que le tocó vivir el fin de una época -comienzos del siglo V en Alejandría-, donde el auge del cristianismo amenazaba la existencia de filósofos agnósticos y cultores del saber griego antiguo -considerados, por las sectas del nuevo dogma, como una militancia pagana a ser exterminada.
No estamos frente a una película a la manera de los “péplum” de Hollywood, donde abundan la acción heroica, duelos y batallas campales, espectáculos a gran escala. Con un tono intimista, sosegado, de influjos líricos, Ágora se propone, más bien, como una articulación de intrigas políticas, romances imposibles, y el itinerario de un personaje adelantado a su tiempo, condenado por su condición marginal.
Lo mejor está en la actuación de Weisz y la revolucionaria figura que encarna: mujer bella y sabia, o símbolo a ser destruido por los nuevos jefes religiosos, su búsqueda de la verdad del universo puede emparentarse, en la obra del cineasta español, con la peligrosa indagación del estudiante de Tesis (1996), o la resistencia personal del Ramón Sampedro/Javier Bardem de Mar adentro (2004). Si bien abundan diálogos y atmósferas interesantes, las imágenes, luminosas y oníricas, resienten el poco tiempo dedicado al desarrollo de los personajes secundarios. Finalmente, se trata de un mundo antiguo que se hace “ilustrativo” de forma sofisticada y sutil, pero poco conmovedora o profunda. (versión modificada del texto publicado en Somos 16/04/2011)
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