El primer largometraje de
Terrence Malick (Malas tierras) data
de 1973, y constituyó uno de los hitos de la renovación de Hollywood en esa
década, junto con los trabajos de Coppola, Scorsese, De Palma, o Bogdanovich.
Pero Malick probaría ser el más intransigente con sus postulados estéticos, en
búsqueda de los más ásperos cuestionamientos morales del ser humano, incluyendo
temas como los del pecado original, la relación con la Naturaleza como “paraíso
perdido” desde un ángulo más bien cósmico, y otras coordenadas existenciales
como las del perdón y la posibilidad de trascender las barreras individuales de
la civilización.
Ganadora de la Palma de Oro en Cannes, El árbol de la vida es uno de sus filmes
más arriesgados, pero también uno de los más sugerentes. A través de una larga
rememoración, vamos de la ciudad al mundo rural en los años cincuenta, especie
de remembranza idílica donde se pone en escena el aprendizaje de vida al
interior de una típica familia americana. Malick logra comunicar al espectador
una serie de preguntas que surgen no desde la intriga, sino desde un conjunto
de sensaciones o “revelaciones”, insinuaciones, percepciones prohibidas, contrastes,
y gestos que se van acumulando y van enhebrándose con una lógica casi velada.
Se podría decir una experiencia de resonancias “bíblicas” que alcanza un
profundo lirismo, y que no teme remontarse a los confines de la creación. (Somos, 28/04/12)
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