Llega una de las películas más
aclamadas del año pasado, denominada por algunos como “neo-noir” por sus
referentes: desde los antihéroes del cine negro de los años cuarenta y la serie
B de los años ochenta, pasando por transfiguraciones cercanas al horror como
las de David Lynch por ejemplo.
Algunos han reprochado a Drive carecer de un núcleo dramático efectivo. Eso quizá se deba a
que la intriga criminal se pone, desde el primer momento, por encima del
conocimiento de la biografía del protagonista –Ryan Gosling interpretando a un
experto corredor de autos y “doble” ocasional en escenas de riesgo de
producciones de cine. Se trata de un chico rudo sin nombre ni pasado, que vive
bajo la ética de aquellos justicieros fuera de la ley, inmemoriales y de pocas
palabras como los que hizo Eastwood bajo la batuta de Sergio Leone. Por lo
mismo, podemos decir que el planteamiento de Drive es coherente. El hermetismo del héroe no deja sentir otra
cosa que un estado existencial extraño y sombrío, anónimo y triste, recio y
desgarrado. Él es un observador impasible que termina tomando partido por la
frágil doncella que interpreta Carey Mulligan. Y en medio de todo, atmósferas
siniestras, silencios mortales, y una sensación de incertidumbre que no da
tregua. Más allá de la adrenalina, Drive
propone un interesante cuadro social y psicológico, aunado a
la fina relectura de la serie B de acción de todos los tiempos. (En Somos 26/05/2012)
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