La cartelera local sigue su buena
racha con este drama del británico Steve
McQueen (Hunger, 2008), sobre un
adicto al sexo que interpreta Michael
Fassbender. Mientras sufre el asedio de su hermana (Carey Mulligan), quien tiene graves problemas de depresión y
bipolaridad, el protagonista es uno de esos exitosos ejecutivos neoyorquinos que
se debate entre llegar temprano al trabajo y soportar la angustia de esperar el
próximo encuentro sexual. McQueen lo
filma de cerca, tratando se exprimir al máximo la tensión y ansiedad que Fassbender destila con una naturalidad
desarmante.
Tonos apagados y oscuros, muy
pocos planos abiertos que dejen respirar al espectador, un estilo transparente
que deja brillar los rostros de los actores, es todo lo que necesita McQueen para enfocar una compulsión y
soledad que parecen no tener cura. De Mulligan, una cantante en ciernes de vida desbocada,
se explota bien una cuota de fragilidad y desesperación, en contraste con
esa apariencia de control y seguridad que su conspicuo hermano pretende exhibir en
todo momento -unque lo logre cada vez menos. Lo interesante está en ese
proceso de autodestrucción que es trabajado sin truculencia, sin
verbalizaciones didácticas ni complacencias inverosímiles. Todo pasa por el
cuerpo contrito de Fassbender, y por
ese gran tour de force actoral que le
ha sabido extraer McQueen. Los
reparos son pocos: música solemne que subraya el dramatismo, algunos personajes
que no son suficientemente desarrollados, pueden ser algunos. Pero el resultado
deja ver a un cineasta sorprendente, con mucho por decir. (versión modificada del texto publicado en Somos, 19/05/12)
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