American Pie (1999) significó un nuevo inicio para las comedias de
adolescentes estadounidenses en la era de internet. La escatología se mezclaba
con la vida de las clases medias puertas adentro. Surgían nuevos pactos entre padres e hijos frente a
una Norteamérica que ya ha perdido la inocencia. Y todo eso sin dejar de lado
un delirante sentido del absurdo y del ridículo, así como el encanto de unos losers de colegio y pendencieros de pacotilla
-con más de tontos que de maliciosos-, entre los que destacaba Jason Biggs.
American Pie Reunion empieza después de una
secuencia antológica que destapa el mutuo aburrimiento de la pareja protagónica.
La crisis de la clase media no es entonces económica, sino sexual. La
remembranza juega a favor de este nuevo “debut” de la banda de amigos, cuando ya
son adultos o intentan serlo y, de alguna manera, pasan por una de esas escapadas -en el caso del Jim Levenstein que interpreta Biggs, cargando con el agravante de la culpa matrimonial, luego de haber descubierto ambos esposos sus respectivas crisis onanistas- que tienen
de entrañables, de hilarantes, y de un aire de familia legendario. El acierto
está en que las tres películas anteriores no pesan, y los directores Hurwitz y
Schlossberg equilibran la nostalgia con personajes que están reinventándose y
jugando con sus propios clichés -y, de alguna manera, desprendiéndose de ellos. Más que una historia brillante -pueden
identificarse una serie de huecos narrativos-, lo que hay acá son un puñado de aventuras muy bien resueltas, y una energía y complicidad desarmantes. Esta es una comedia efectiva
que no deja de querer a sus personajes. (versión modificada del texto publicado en Somos, 21/04/2012)
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