Si bien el actor de Michael Clayton (2007) ya había sorprendido como director con su estupenda Buenas noches y buena suerte (Good Night and Good Luck, 2005), Poder y traición demuestra que no se trataba de un logro fugaz y aislado sobre el mundo de la política. A diferencia del primer filme, aquí la exploración de la lógica del poder se hace desde dentro (la perspectiva es de los propios actores en la tienda de campaña), y, sobre todo, como el aprendizaje de un novato, Stephen Meyers (Ryan Gosling), en proceso de perder la poca inocencia que le queda.
En la radiografía transversal que realiza la cinta nadie se salva, ni el superior de Meyers, jefe de campaña (Seymour Hoffman) del gobernador Mike Morris (Clooney); ni el par Tom Duffy (Giamatti), que lidera la campaña del otro candidato; ni los periodistas (Marisa Tomei); ni el mismo Morris, a quien, en un principio, Meyer miraba como modelo de integridad. Pero tampoco se trata de un delineado tendencioso. Al contrario, estos son personajes complejos que juegan sus fichas en un tablero lleno de trampas, donde al final debe abandonarse cualquier escrúpulo en función de la sobrevivencia. Como director, Clooney opta por un registro más austero, más clásico, metódico, detallista en su observación dramática y social; la suya es una cámara atenta a un teatro, a una performance de seducción que también es una guerra cerebral donde los afectos tienen que sacrificarse, donde los principios deben abandonarse. Poder y traición es coherente y quirúrgica, dolorosa y brutal. (Somos, 05/02/2012)
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