martes, 21 de febrero de 2012

Los descendientes (The Descendants, 2011) de Alexander Payne


Lo de Payne es la crónica de las clases medias -en este caso, algo acomodadas- derruidas, a partir de hombres maduros cuesta abajo: el mediocre profesor de Election (1999), el viudo deprimido de Las confesiones del Sr. Schmidt (About Schmidt, 2002), el divorciado de Entre copas (Sideways, 2004). Aquí, el escenario sigue siendo ese paisaje natural de fondo que fascina al director, donde se cuentan fábulas de crisis del sueño americano. En el pequeño paraíso que es Hawai,  Matt King (Clooney) debe afrontar el coma en que se ha sumido su mujer; su difícil relación con una hija pequeña y otra adolescente; finalmente, su rol de fideicomisario de las tierras vírgenes que él y sus primos han heredado de sus antepasados. 

De aquí el tono crepuscular: los vínculos nucleares quedan suspendidos y revelan secretos que muestran una historia triste, no la que creía vivir el hombre simple y metódico que caracteriza, con corrección, Clooney. Empieza un cuestionamiento interno que incluye la decisión de vender los terrenos y acabar con el patrimonio simbólico de la unidad familiar. Pero no se piense que todo es trágico. El cine de Payne busca la conjunción perfecta de comedia y drama. Incluso en los momentos más traumáticos, Clooney resume esa apariencia de hombre ridículo, de bufón atribulado en medio del derrumbe generalizado. Y, junto con la risa, también asoman, no muy convincentemente, resoluciones complacientes o demasiado rápidas de los conflictos. Algo que impide aparecer una hondura que sí tiene Entre copas o Election, los mejores títulos de Payne hasta la fecha. (versión modificada del texto publicado en Somos, 18/02/2012)

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