En la categoría de la saga o serie, aparece, esta vez, una nueva franquicia. Pero lo que en la primera entrega era un refrescante rescate de la comedia de amigos, haciendo de la pesquisa de grupo -después de la juerga convertida en misterio central del filme- una forma de aventura desquiciada, esta segunda parte solo se permite un cambio de variables en función a la repetición del mismo “producto”. Solo se ha transformado el escenario (Bangkok en lugar de Las Vegas), el personaje perdido (ya no es el novio, sino el hijo del futuro suegro), y el animal (un diminuto mono en vez de un tigre).
Sin discutir el talento de Todd Phillips para extraer química de sus actores, es imposible no advertir que la historia luce desgastada en virtud de su único propósito: garantizar la fidelidad del público echando mano a una supuesta “fórmula”. Solo que, a diferencia de otras secuelas, en este caso sí había algo de creatividad que perder. Además de una innovadora estructura narrativa, tanto la calidad adolescente de sus personajes adultos, como las fobias inconscientes de perfiles todavía por descubrir, quedan perdidas en función de una configuración algo mecánica de situaciones sexuales menos sugerentes y más efectistas. Eso sí, aún queda incólume la capacidad de Zach Galifianakis para encarnar al freak díscolo, único clown de genio de la banda, cuyo rostro serio y rebeldía infantil se convierte en la razón de ser del filme. (En Somos, 04/06/2011)
No hay comentarios:
Publicar un comentario