No son frecuentes las cintas de terror latinoamericano en cartelera, como esta producción austera que aprovecha al máximo las convenciones del género: una muchacha (Florencia Colucci) y su padre (Gustavo Alonso) han asumido la tarea de limpiar una rústica casa deshabitada en medio del bosque. Sin embargo, una serie de extraños acontecimientos convierten la historia en una dramática lucha por la sobrevivencia.
Lo interesante de la propuesta recae en el registro directo de una videocámara hiperrealista que nunca se apaga: otra variante de esa filmación ininterrumpida de lo imprevisible, estilo ya probado por El proyecto de la bruja de Blair (1999) o Rec (2007). Hernández no necesita más que el seguimiento accidentado a su heroína en medio de las correrías y el pavor, potenciado con la edición del sonido -que proviene de espacios que no podemos ver-. Se trata de un único plano-secuencia donde el misterio de lo que está “fuera de campo” hace su trabajo. Pero no se piense que el filme deslumbra y tensa sus cuerdas de principio a fin: no solo debemos disculpar demasiadas licencias de verosimilitud, también hay que pasar por alto un redundante juego de fugas y gritos que están al límite del efectismo. La cinta -inspirada en una “historia real” de los años cuarenta en Uruguay- mejora hacia el final, convocando resonancias psicológicas y elucubraciones criminales que devuelven interés a este saludable aunque irregular debut fílmico. (En: Somos, 25/06/2011)
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