La perspectiva del filme es abismal, desde la mirada lejana del narrador, hasta el tema del mismo, que no es más que la caída u ocaso de dos personas que probaron alguna vez del aplauso en la cima: una antigua diva del cine mudo atrapa, en las telarañas de su lujosa mansión, a un joven guionista fracasado.
Teñida por un tono nostálgico, melancólico y gótico, que a veces se confunde con el horror, la voz en off que nos habla del pasado ha hecho de la enorme residencia un reino de fantasmas donde el escritor es el espectador, y la olvidada estrella la protagonista. Pero lo fascinante del filme no proviene solo de su envolvente y autorreferencial juego de reflejos y figuras espectrales (en el que están incluídas muchas luminarias interpretándose a sí mismas, desde Buster Keaton hasta Cecil B. De Mille). El crepúsculo de los dioses está muy lejos de tentar una aproximación fría a sus personajes. Menos monstruosos y cínicos de lo que parecen a primera vista, Joe Gillis y Norma Desmond (increíble recital de actuación a cargo de William Holden y Gloria Swanson) son dos solitarios que no aceptan su condición de excluídos o perdedores en el sistema. A pesar de que se engañan y manipulan mutuamente, en el fondo de ese juego de disfraces y apariencias vive una verdadera historia romántica.
Referente indiscutible del cine americano y clásico emblemático de Hollywood, El crepúsculo de los dioses es una película realmente grandiosa: toca uno de los picos más altos en la filmografía de Wilder, y lleva la leyenda y el mito del cine en sus entrañas. (En Godard! Nº 2, setiembre 2002)
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