Javier Bardem es Uxbal, personaje nocturno de la Barcelona más empobrecida. Padre de familia, pareja de una mujer trastornada (Maricel Álvarez), enfermo terminal, se trata de una verdadera alma en pena cuyos trabajos al margen de la ley -como oficiar de mediador con una policía corrupta para encubrir a los inmigrantes- no hacen más que colocarlo siempre en situaciones límite, donde sus acciones pueden tener consecuencias trágicas que acrecientan su vía crucis.
El problema de la cinta recae en su incapacidad de articular los lazos que presenta. La relación de Uxbal con su pareja, con los “amigos” que trasunta diariamente, o con sus pequeños hijos, deja ver la misma artificialidad de la fotografía tornasolada -siempre presta, en el caso de Iñárritu (director de la sobrevalorada Amores perros), a “embellecer” la miseria. Lo mejor está, como se ha dicho, en la actuación y presencia de Bardem, él si capaz de transmitir la sensibilidad golpeada que los ralentís y temblores de la cámara quieren subrayar en todo momento. El preciosismo de esta estética lúgubre, o la redundancia de cuadros de dolor sin mayores ambigüedades, son algunos de los obstáculos que tiene que sortear el espectador para tratar de escudriñar en la búsqueda de redención del personaje. Finalmente, la trastienda lumpen de la ciudad española aporta un tercer ángulo fílmico con posibilidades, aunque, diremos, bastante desperdiciadas ante la ausencia de suficientes matices humanos.
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