domingo, 12 de junio de 2011

Las horas (The Hours, 2002) de Stephen Daldry


Las horas aborda un día en la vida de tres mujeres adultas: Virginia Woolf (Nicole Kidman), célebre escritora de principios del siglo XX, quien pasa por un periodo de crisis personal al lado de su esposo en una casa de campo inglesa; Laura Brown, típica ama de casa norteamericana de los años cincuenta (Julianne Moore); y Clarissa Vauhgn (Meryl Streep), quien vive con una pareja homosexual y su hija en la Nueva York de hoy.

Estas historias están unidas por el mismo malestar existencial. Mrs. Dalloway, obra que está escribiendo Virginia Woolf, expresa esta aflicción y sirve de nexo entre las tres: como lectora, muchas décadas después, Laura Brown encuentra refugio en este libro ya que refleja fielmente su sufrimiento interior; por su parte, Clarissa Vaughn resulta ser una especie de encarnación moderna del personaje Mrs. Dalloway.

La novela de Woolf empieza cuando la mujer del título se dispone a preparar un agasajo para un amigo, al que asistirá mucha gente. Esa es la clave del sentimiento que gobierna el filme: una persona cumple con lo que tiene que hacer, pero en el fondo no se siente bien, no lleva una existencia libre y plena. En este caso, el mismo transcurrir del tiempo, que se hace apremiante -ya que todo tiene que estar listo antes de que lleguen los invitados- se convierte en otro adversario aplastante que hace de Mrs. Dalloway una mujer angustiada.

El malestar de las tres mujeres es el mismo, y tiene que ver con la insatisfacción que sienten ante los roles que ha proveído la sociedad con la que les ha tocado vivir. Es algo que va mucho más allá de la inclinación homosexual que comparten las protagonistas. En los dos primeros casos, la homosexualidad se apunta como la manifestación espontánea de una identidad diferente, prohibida, que no se ajusta a lo "normal". La prueba de que el desasosiego de Las horas no se reduce a este problema está en la forma natural, casi presupuesta, como se presenta la relación de Clarissa Vaughn con su pareja, quienes pueden constituir una familia “feliz” al lado de una hija joven (algo impensable en las épocas que les toca vivir a las otras dos mujeres).


En realidad, esta descripción de una identidad que no se ajusta a los requerimientos de la sociedad encuentra su modelo mayor en el espíritu del artista. No es casualidad que la película se origine a partir de la depresión que sufre Virginia Woolf, y termine con el dramático caso de la antigua pareja de Clarissa Vaughn, el poeta que interpreta Ed Harris. Lo que los distingue es que son ellos los que pueden Ver y finalmente expresar un sentimiento de imposibilidad, de estar al margen de un mundo que sienten falso. Esa visión –trágica- les infundirá, finalmente, un deseo de no seguir viviendo. "Alguien debe morir, y debe ser el poeta, el visionario" dice Woolf anunciando su propia muerte. En efecto, al final del filme los dos artistas se suicidan, o así se deja entrever cuando, en la última secuencia, la escritora se sumerge en el río para desaparecer.

Pero volvamos al tiempo, ese devenir imparable que se hace insoportable, como hemos visto, cuando su irreversibilidad está acompañada por la adecuación a una forma de vida impuesta, o a una rutina ya establecida. En Las horas, el análisis del tiempo es indisoluble de la misma escritura cinematográfica, del estilo. 

Es imposible reflexionar sobre este complejo tejido audiovisual sin hacer mención a la novela de Michael Cunningham que le sirve de base. La adaptación de Las horas parece dar una réplica fílmica a esa moderna fluidez literaria que confunde o mezcla dos momentos separados por el espacio y el tiempo. A la manera de una escritura literaria torrencial y embelesante, Stephen Daldry se atreve a desplazar la atención de una mujer a otra, constatemente y sin aviso previo para el espectador (como se haría con un fundido en negro, por ejemplo).

Los momentos se trasladan y confluyen emotivamente, más allá de un lugar y una época determinados, más allá de un móvil u otro. También contribuye la utilización de la música. Las composiciones de Richard Strauss y Phillip Glass no vienen en apoyo de las situaciones álgidas. Es una melodía sonora -por lo general algo desesperada- que entra y sale, sorpresivamente, como un bloque autónomo, partiendo de una situación dramática, en una de las historias, para terminar su trayecto en la acción fútil que realiza otra de las tres protagonistas.

Lo que se consigue, en conjunto, es embargar todo el tiempo que transcurre ante nosotros, tanto el dramático como el mundano (donde aparentemente no pasa nada importante), con un mismo sentimiento, una misma atmósfera. Las horas, haciendo justicia al título, es una película donde cada minuto se hace insoportable, donde el tiempo que pasa es aprisionante. La gramática fílmica ha neutralizado los clímax para hacer ver que los tres relatos no sólo comparten la misma trayectoria, sino que están marcados por el mismo síndrome: todos los momentos están “enfermos”.

Pero este no solo es el tiempo que carga toda mujer homosexual, o todo artista. En realidad es el que se respira en el siglo XX, “época” representada por estas tres Mrs. Dalloway, que la recorren de principio a fin. Para ellas, la vida hogareña se ha convertido en una prisión, y habría que recordar que el tiempo de la modernidad y de la sociedad de masas que nace con el siglo pasado es el tiempo de la vida doméstica y de su vacío, de su rutina anónima y desesperante.


En ese confinamiento, la primera se abandona a su propio exilio interior (pierde al mundo) y la segunda abandona un papel que no puede cumplir (pierde a su hijo). La última debiera disfrutar de su homosexualidad en una década que reconoce sus derechos, su identidad sexual. Sin embargo, y como ya se mencionó, no se trata de eso. Ella está atrapada, en el fondo, por la misma sociedad, por el mismo rol de ama de casa, y por el mismo tiempo tan privado como desencantado donde no hay una vida ardiente que vivir, y donde está condenada a la futilidad, a la sombra, a la soledad. 

En cuanto al estilo, hay un uso importante del espacio y del color que destacar. Con distinto ropaje, el espacio es igual de monstruoso. Virginia Woolf vive en los ambientes fantasmales y góticos de una casona que no se deja iluminar por el sol, donde todo parece estacionario y los objetos adquieren una inmovilidad y un peso tan grande como el del tiempo. Eso se consigue cuando un director sabe dar ese "efecto" con la luz y con la posición de la cámara -atenta a observar a sus mujeres desde la distancia para dejar sentir la soledad que las rodea-. 

En el caso de Laura Brown, por ejemplo, la constatación de estar enfrentada al vacío se da de la forma más terrible. Su marido ni siquiera es un compañero cómplice y querido por ella, como en el caso de la novelista. Laura Brown es el mudo espectador de un simulacro, una farsa que la condena a la más dura negación de sí misma, en su papel prototípico de ama de casa absolutamente dependiente del esposo, condenada a sonreír a una persona que no ama. Al quedarse sola con su hijo, el espacio adquiere una presencia amenazante. Los colores chirriantes de la Norteamérica idílica de la posguerra cobran una cualidad agresiva, la que contrasta con la utilización deprimente de los tonos oscuros y grises que refugian el espíritu de Mrs. Woolf.

Para terminar esta aproximación, quisiera hacer una reflexión sobre la recepción del filme. Muchos suelen confundir el cine que utiliza material de prestigio (músicos célebres, referentes cultos y literarios), para conseguir premios y éxito, con películas honestas y arriesgadas como esta. Nosotros creemos que Las horas, por el contrario, es una obra original y subyugante, una de esas raras obras maestras que deberían ser apreciadas por encima de los prejuicios más comunes de la crítica. (versión modificada del texto publicado en Godard! Nº 5, mayo 2003)

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