Como es usual en
Brooks, se trata de la adaptación de una novela, esta vez el libro del mismo nombre de Evan
Hunter. Glenn Ford es Richard Dadier, profesor de secundaria que se ha
establecido con su joven esposa en Nueva York. Pronto consigue un puesto en un
colegio local, pero lo que no se imagina es que, en lugar de tener un centro de
trabajo, se enfrentaría a un verdadero infierno, cuando intente permanecer al
frente de su clase y sus alumnos. Brooks no escatima esfuerzos para retratar la
violencia, las burlas y acosos constantes de los escolares –comandados por dos
líderes: uno, difícil aunque más moderado, encarnado por Sidney Poitier; el
otro, indoblegable, intepretado por Vic Morrow–. Pero lo peor no estaría en las individualidades,
sino en el “espíritu de grupo”, esa fuerza anónima que el profesor no puede ver
ni encarar, y que, ante su valiente acto de defensa frente al intento de
violación de una profesora, termina por consumarse en una salvaje venganza –y
una de las mejores secuencias del filme–.
Se ha hablado
mucho del carácter de “retrato social” de Blackboard
Jungle, y, en efecto, se trata de un retrato logrado de la clase media
venida a menos a la que pertenece el
educador, y, por otro lado, el lumpen suburbano y multiétnico de New York.
Pero lo mejor no está allí, sino en las relaciones que se establecen entre los
personajes, los códigos de comunicación que se aprenden, colapsan y se frustran
–sobre todo los que tienen que ver con la ambigua colaboración de Poitier–, así
como en la obstinación de Dadier, quien, como otros personajes de Brooks, se ve
sumido en un callejón sin salida, parece no recibir ningún estímulo –ni
siquiera los de los cínicos y resignados colegas–, y persiste, diríase, casi
con ánimo masoquista, o con una terquedad interior ligada a lo moral, pero
también a una obsesión casi autodestructiva.
Finalmente, no
es gratuito, tampoco, que esta sea la película donde, por primera vez, aparece
el rock’n roll (Bill Haley) en las bandas de títulos y créditos, como
anunciando una nueva era. Pero la música no es lo más importante. La película,
pese a algunos defectos que le impiden ser aún mejor (sobre todo el apresurado
desenlace, y lo rudimentario de los personajes femeninos), subyuga por su áspero
blanco y negro, su intensidad para mostrar a las bandas callejeras –cuya
vitalidad y desgarro anunciaba, salvando
distancias de época, al primer Scorsese–, personajes desarraigados, cuadros
psicológicos complejos, geografías aceradas y, sobre todo, una crueldad todavía
hiriente y palpitante, en cuanto no proviene de los adultos, sino de esos
muchachos indómitos y enojados que Brooks se cuida de no idealizar ni edulcorar. (En: Godard! Nº 31, julio 2012)
1 comentario:
Buena película y buena crítica.
Es curioso que fuera Sidney Poitier el que luego pidiera, en "Rebelíon en las aulas" respeto y educación.
Un saludo.
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