domingo, 30 de junio de 2013

Semilla de maldad (Blackboard Jungle, 1955) de Richard Brooks



Como es usual en Brooks, se trata de la adaptación de una novela, esta vez el libro del mismo nombre de Evan Hunter. Glenn Ford es Richard Dadier, profesor de secundaria que se ha establecido con su joven esposa en Nueva York. Pronto consigue un puesto en un colegio local, pero lo que no se imagina es que, en lugar de tener un centro de trabajo, se enfrentaría a un verdadero infierno, cuando intente permanecer al frente de su clase y sus alumnos. Brooks no escatima esfuerzos para retratar la violencia, las burlas y acosos constantes de los escolares –comandados por dos líderes: uno, difícil aunque más moderado, encarnado por Sidney Poitier; el otro, indoblegable, intepretado por Vic Morrow.  Pero lo peor no estaría en las individualidades, sino en el “espíritu de grupo”, esa fuerza anónima que el profesor no puede ver ni encarar, y que, ante su valiente acto de defensa frente al intento de violación de una profesora, termina por consumarse en una salvaje venganza –y una de las mejores secuencias del filme

Se ha hablado mucho del carácter de “retrato social” de Blackboard Jungle, y, en efecto, se trata de un retrato logrado de la clase media venida a menos a la que pertenece el  educador, y, por otro lado, el lumpen suburbano y multiétnico de New York. Pero lo mejor no está allí, sino en las relaciones que se establecen entre los personajes, los códigos de comunicación que se aprenden, colapsan y se frustran –sobre todo los que tienen que ver con la ambigua colaboración de Poitier, así como en la obstinación de Dadier, quien, como otros personajes de Brooks, se ve sumido en un callejón sin salida, parece no recibir ningún estímulo –ni siquiera los de los cínicos y resignados colegas, y persiste, diríase, casi con ánimo masoquista, o con una terquedad interior ligada a lo moral, pero también a una obsesión casi autodestructiva.

Finalmente, no es gratuito, tampoco, que esta sea la película donde, por primera vez, aparece el rock’n roll (Bill Haley) en las bandas de títulos y créditos, como anunciando una nueva era. Pero la música no es lo más importante. La película, pese a algunos defectos que le impiden ser aún mejor (sobre todo el apresurado desenlace, y lo rudimentario de los personajes femeninos), subyuga por su áspero blanco y negro, su intensidad para mostrar a las bandas callejeras –cuya vitalidad y  desgarro anunciaba, salvando distancias de época, al primer Scorsese, personajes desarraigados, cuadros psicológicos complejos, geografías aceradas y, sobre todo, una crueldad todavía hiriente y palpitante, en cuanto no proviene de los adultos, sino de esos muchachos indómitos y enojados que Brooks se cuida de no idealizar ni edulcorar. (En: Godard! Nº 31, julio 2012)

1 comentario:

José Manuel Campillo dijo...

Buena película y buena crítica.
Es curioso que fuera Sidney Poitier el que luego pidiera, en "Rebelíon en las aulas" respeto y educación.
Un saludo.