Vuelo 93 es el retorno de Paul Greengrass al cine de
contenido social, luego de La supremacía Bourne (2004). Su mayor logro hasta el momento es Domingo Sangriento (2002), sobre la masacre de
estudiantes por parte del ejército británico, durante una marcha de
protesta en enero de 1972, en Irlanda del Norte.
Para dotar de un realismo
convincente a un filme que pretende abordar el 11 de setiembre del 2001,
Greengrass prefirió no contar con ningún actor conocido. El guión está confeccionado a partir de las llamadas
telefónicas que los pasajeros realizaron a sus familiares durante el secuestro
del United 93, el único avión que no llegó a dar en el blanco acordado por Al
Qaeda.
Imágenes
de jóvenes rezando a Alá en la oscuridad de sus habitaciones hacen el prólogo
que dota de un cierto dramatismo a las tomas del aeropuerto. Allí, nos
instalamos en la normalidad de un día cualquiera. Los espectadores ya sabemos
que todo se dirige hacia un destino fatídico. Pero Greengrass, gracias a su
preocupación por los detalles, se las arregla para dotar de expectativa a cada
segundo que pasa en esta mañana de terror, y desde solo dos locaciones: los
pasillos y las cabinas del avión, y las Torres de Control del tráfico aéreo de
EEUU.
Los
mandos políticos y los militares juegan un papel esencial en las películas de
este realizador. Y sus situaciones límite involucran a grupos humanos, a
una nación entera: crisis que se contagian por las altas esferas, y ponen en
jaque a la logística de defensa estatal. La puesta en escena es muy hábil para
captar estos momentos, gracias a una dirección de actores que no exagera,
y a un montaje picado que contribuye a dar la sensación de confusión general.
La
primera hora de la cinta es muy lograda. Vemos el ataque a las Torres Gemelas
desde un panel de control totalmente desbordado por los acontecimientos. Pero
sobre todo hay que notar que ese descontrol, en este filme, luego atraviesa a
los mismos secuestradores árabes, que tendrán que enfrentar la rebelión de los
tripulantes. Una atmósfera electrizante y claustrofóbica se respira de
principio a fin, y pasa a través de todos, en un cine donde no hay
protagonistas visibles.
Por otro
lado, los terroristas no son presentados como caricaturas de “villanos”, algo
que proporciona aún más efectividad dramática a la cinta. Un acierto de
Greengrass es haberlos seguido de cerca,
y haber perfilado sus nerviosismos, sus miedos, sus apasionamientos religiosos.
El formato estilístico de Vuelo 93 es uno que hoy en día se
emplea cada vez más: el de la cámara en mano. Aunque acá tiene un uso
justificado por que se busca un registro hiperrealista, hasta podría decirse
“participativo” de los hechos. La imagen, ligera, desestabilizada, con sus
acercamientos focales rápidos y sísmicos, aporta una inmediatez decisiva a los
rostros y al asalto de la violencia más inesperada.
El punto débil de la cinta tiene que ver, sobre todo, con los personajes ”heroicos” de la tripulación, menos convincentes que los “ordinarios”, y con su estrategia de recuperación de la nave secuestrada. Sin embargo, Vuelo 93 no deja de ser abordar el 11 de setiembre desde una perspectiva emotiva e inteligente, ajena a burdos efectismos o maniqueísmos simplistas. (versión modificada del texto publicado en Somos, 09/09/2006)
El punto débil de la cinta tiene que ver, sobre todo, con los personajes ”heroicos” de la tripulación, menos convincentes que los “ordinarios”, y con su estrategia de recuperación de la nave secuestrada. Sin embargo, Vuelo 93 no deja de ser abordar el 11 de setiembre desde una perspectiva emotiva e inteligente, ajena a burdos efectismos o maniqueísmos simplistas. (versión modificada del texto publicado en Somos, 09/09/2006)
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