El tema central de Fahrenheit 9/11 es la guerra.
¿Porque EE.UU. atacó Irak? ¿Por qué y para qué han muerto miles de personas?
Esas son las preguntas que se hace Moore, y que articulan la película a
través de inferencias y deducciones que se siguen sin esfuerzo, o de sugerentes
silencios y comentarios irónicos apoyados por imágenes poderosas.
Moore sabe que no tiene sentido ser imparcial ni tampoco
panfletario. Quien vea Farenheit 9/11 no se topará con propaganda
política, sino con una voz que dialoga con las imágenes que
muestra, y que van constituyendo un discurso, si bien subjetivo y parcializado,
también rico en preguntas y cuestionamientos sobre la naturaleza humana. El espectador
se sorprenderá de lo vulnerable que es la mente de los hombres cuando vea unos
adolescentes enloquecidos, como si quisieran ser máquinas de matar, gracias a
un rock fuerte conectado a sus cascos desde el Pentágono; de lo frágil que es
la población civil ante la manipulación mediática; de lo vergonzosa y
contradictoria que puede ser la vida de los políticos –demócratas incluidos– gracias al revelador contraste que se logra
con material de archivo, o por la interpelación que el mismo Moore hace
a los parlamentarios en las puertas del Congreso.
Farenheit 9/11 es un edificio fílmico sólido y lleno de
compartimientos, donde cada entrada nos lleva a la siguiente pregunta y abre otras.
No sólo explica –como lo resume genialmente la cita final de George
Orwell– la guerra como una maquinaria atroz, diseccionando los mecanismos
sutiles que encubren los intereses económicos de la clase dirigente. También
redescubre las posibilidades del documental: la voz en off tiene el tono
mordaz y la ingenuidad fingida de las inquisiciones socráticas, pero, a la vez,
sabe callar para que la pura observación responda a la reflexión hablada; todo
engarzado por una dirección que usa magistralmente los contrapuntos musicales y
las alusiones al imaginario popular, por citar solo algunos de los recursos de Moore.
Es cierto que en una primera instancia podríamos
calificar este filme como un documental político. Pero Farenheit 9/11
también es, por momentos, una comedia negra, una película de ciencia-ficción
apocalíptica, una cinta de horror, o un melodrama que quita el aliento por la
desgarradora urgencia de los testimonios. El valor puramente fílmico también
está en haber hilvanado, con una fluidez impresionante, todos estos registros
que Moore ha extraído de la historia reciente que le ha tocado vivir al
mundo.
Como dijimos a propósito de Bowling for Columbine,
Fahrenheit 9/11 es lo mejor que le ha podido pasar al cine
americano en estos tiempos narcisistas y de cómodo individualismo. No sólo es
una exhortación que nos devuelve a una polémica, a una indignación y un debate
que no debería terminar. También le brinda al género documental el poder
de acción e influencia que, probablemente, nunca antes tuvo. (versión
modificada del texto publicado en Somos, 21/08/2004)
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