viernes, 7 de junio de 2013

Mrs. Henderson presenta (Mrs. Henderson Presents, 2005) de Stephen Frears


 

Mrs. Henderson presenta tiene lugar en Londres, a fines de los años treinta. La protagoniza una gran actriz, Judi Dench, quien encarna a Laura Henderson, señora adinerada y excéntrica que, luego de la muerte de su marido, prefiere comprar un teatro abandonado y hacerlo renacer antes que aprender a tejer y guardar un duelo eterno.


Al parecer, luce como otra de esas películas inglesas de época que mezclan descripciones detallistas y humor refinado. Pero el director Stephen Frears, sin ningún alarde estilístico y con el engañoso tono menor de las mejores comedias, llega bastante lejos de la mano de Dench y Bob Hoskins, otro maestro de la actuación. Este último es Vivian Van Damm, experimentado productor que es contratado por la señora Henderson para reflotar el antiguo teatro.

Y es verdad, todo empieza como un relato amable que se despliega con soltura, mientras observamos, con una sonrisa, las vicisitudes del reclutamiento de talentos que hace el señor Van Damm para confeccionar un musical exitoso. Como es usual en las cintas de Frears, en Mrs. Henderson… la reconstrucción de una cultura, con sus costumbres y códigos característicos, siempre destila un sabor cómico y tierno. Algo que también es patente en los medios aristocráticos del siglo XIX de Relaciones peligrosas, o en la clase proletaria de la Inglaterra de Thatcher en Mi bella lavandería.

Pero lo interesante de Mrs. Henderson presenta es que tiene un tono ligero solo aparente. Basta con recordar el "prólogo" del filme, cuando vemos a la protagonista llorar desconsoladamente luego de haberse enterado que ha perdido a su esposo. La señora puede ser insolente y obstinada, pero guarda más de un secreto. La alucinada empresa de sacar adelante un teatro de variedades que luego, a instancias suyas, Van Damm convertirá en el primer "show con mujeres desnudas" no solo es una batalla contra el aburrimiento y la vejez.

Dos son los motivos que explican los peculiares comportamientos de Mrs. Henderson, así como su afán de continuar con el vodevil. Por un lado, trata de conquistar al temperamental Van Damm –ambos entablan una especie de competencia o enemistad amorosa a la manera de Katharine Hepburn y Spencer Tracy–. Pero también está el recuerdo de una misteriosa tragedia que la hace visitar, de vez en cuando, una lápida familiar que no es la de su esposo. 

La señora Henderson es vital e irreverente, pero siempre guarda cierto aire de estar más allá del momento, un poco ausente, volviendo siempre a pasear sola en un bote o subiéndose a una avioneta para llevar flores a la tumba que, al final de la cinta, se revelará como la clave decisiva para comprender sus acciones, aparentemente equívocas.

El filme, con su luminosidad vaporosa, cálida y algo tenue, se mueve entre la puesta en escena del musical antiguo, la recreación celebratoria y nostálgica de una época, y, por otro lado, el hecho de que la historia empieza bajo la memoria de la primera guerra mundial y termina con el bombardeo de Londres por los escuadrones nazis. Así, y por muchas razones, el teatro de Mrs. Henderson se convierte en un acto de resistencia, y en un símbolo de la vida contra la muerte, del amor contra la desolación. Y la película, como el teatro, se vuelve una especie de gesto alegre que guarda tras de sí una agridulce mirada contemplativa; algo que se puede resumir en el bello plano final, uno de los más inspirados en la carrera de Frears. (versión modificada del texto publicado en Somos, 20/05/2006)

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