Bill Murray compone
otra variante de su galería de personajes desencantados, esos que irradian una
melancólica comicidad. Se trata de Don Johnston, hombre mayor ya retirado de su
jugoso negocio de computadoras, y que, al parecer, ha gozado una vida de don juan
empedernido que ha llegado a su fin.
Al iniciarse la
cinta, su joven pareja (Julie Delpy) lo abandona, sin posibilidad de retorno. El
mismo día, le llega una misteriosa carta de una supuesta ex novia,
donde esta le escribe que, justo después de terminar con él, se enteró que estaba
embarazada. También le cuenta que el hijo de ambos ya es un adolescente, y
probablemente quiera conocerlo o haya ido a buscarlo.
Inmediatamente, Don
pide consejo a su vecino y único amigo, Winston (Jeffrey Wright), inmigrante
africano aficionado a las novelas detectivescas. A pesar de tener poco dinero y
estar subempleado con tres trabajos, este simpático personaje tiene
todo lo que le falta a Don: una familia y muchas ganas de vivir. Jarmusch no
necesita ser demasiado insistente como para filmar la camaradería entre Don y
Winston con sutileza, volviendo a uno de sus temas favoritos:
la amistad entre los marginales y perdedores.
Sin embargo, el
tema central de la cinta no es la amistad. Winston logrará convencer a Don de que
haga un viaje insólito a través de EE.UU. para visitar a cuatro ex-novias y
buscar, así, alguna pista que le permita descubrir quién escribió la carta o
dónde podría estar su hijo. Johnston se reencuentra con sus antiguas mujeres, y
descubre que todas tienen una vida egoísta, donde no existe un verdadero hogar:
desde una arribista que se ha casado con
un insoportable adulador, hasta una maniática psíquica (Jessica Lange) "que se comunica con los
animales", y que parece tener un romance con la recepcionista (Cloë Sevigny) de su consultorio.
Sin embargo, la
intriga que siembra Jarmusch no es más que una pista falsa (el color rosado de
la carta, por ejemplo). Lo importante es el remezón emocional, el despertar
existencial de Don, quien se verá acosado por las múltiples imágenes de las
mujeres de su vida –todas inmersas en un mundo ajeno, casi grotesco o irreal, en
un propio tiempo que el personaje parece auscultar como un asustado extranjero.
Por otro lado, Jarmusch
describe una serie de estratos sociales y estilos de vida de la Norteamérica de hoy, esa que no pasa por
las grandes metrópolis, sino por el aislamiento de los suburbios y los grandes
condados: desde la adinerada que vive en un lujoso condominio, hasta la sórdida
y agresiva pareja de un motociclista lumpen. Y, en todas partes, se descubre una
inmensa soledad, una imposibilidad de comunicación, de intercambio afectivo.
Flores rotas devuelve al cine
una capacidad de observación y de construcción de sentido con mínimos detalles –algo prácticamente en extinción. Con una mezcla de humor, tristeza y ternura
nos cuenta la historia de un hombre que, en las postrimerías de su vida, se
aventura a creer en una ilusión, en la existencia de un hijo que podría
salvarlo. Todo eso a través de planos limpios y sentidos como pocos. (versión modificada del texto publicado en Somos, 15/07/2006)
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