Luego de la celebrada labor de Paul Greengrass al frente de las estupendas La supremacía Bourne (2004), y Bourne: el ultimátum (2007), Tony Gilroy (Michael Clayton, Duplicity) es el encargado de resucitar la franquicia. Matt Damon pasea su recuerdo en las oficinas de la CIA y los noticiarios. Todo le recuerda a Aaron Cross (Jeremy Renner), nuevo agente de la odisea, que su vida está en peligro, y que no podrá confiar en nada ni en nadie.
Más
acostumbrado al thriller psicológico
que a la acción trepidante o el montaje sincopado entre la realidad y la
virtualidad de los paneles de control, Gilroy ofrece un filme entretenido y
elegante, pero algo quebrado, dividido entre una primera mitad con demasiadas
intrigas –y recordación de las anteriores películas de la saga– y una segunda –la mejor– que asume su consistencia vertiginosa, persecutoria y
desesperada. El tema de la biopolítica –las pastillas que generan una
dependencia neuronal y física– convierte a Cross en una víctima del futuro,
aunque se sienta a toda la trama algo artificial y desdibujada, como sucede
también con la bella doctora Rachel Weizs. Con todo, El legado Bourne no está exento de pasión y virtuosismo cinematográfico
–con Renner aportando una cuota adicional de dureza y hermetismo– así como de
algunas secuencias memorables, entre ellas la de una acción enloquecida y
luctuosa en los laboratorios del gobierno.(Somos, 08/09/12)
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