El canto del cisne del director de Manos peligrosas (Pickup On South Street, 1953), para la
pantalla grande, será este noir de producción francesa y textura profundamente
americana. Es la adaptación de un libro de David Goodis, y se abre magníficamente
con un una noche luminosa en los barrios bajos, cuando las pandillas están en
guerra y la policía viene a contenerlos.
Como pocas veces, Fuller repleta
su cinta de sombras, contraluces, figuras que aparecen de esquinas perdidas.
Todas las calles y puertos de este filme parecieran extrañamente deshabitados,
quizá en un paralelo con la mente perdida de Michael (Keith Carradine),
estrella de la canción que extravía su rumbo, como por arte de magia, al verse
prendado de Celia, una misteriosa mujer latina (Valentina Vargas) de la que se
siente atraído gracias a un acto de baile en un bar de la ciudad.
Todos los temas del “universo
Fuller” parecen darse cita en este cine “negro” que si bien es modélico, está
lleno de detalles que lo hacen más libre, contemporáneo y extraño. De colores
pálidos, no deja de sorprender por la senda endiablada que marca la existencia
del héroe. Empezando por la estructura temporal, propia del género,
marcadamente discontinua, cuyo inicio parte hacia el pasado para retomarse
hacia la mitad. Todo va cobrando, así, la forma de una pesadilla, una que
convierte a este hombre, por completo ajeno al mundo del crimen, en un desdichado
al que le quitan su voz de un tajo en la garganta –por lo que se convierte en
un observador puro, un espectro vagabundo–, que se termina arrastrando en
búsqueda de la mujer que lo condenó.
Hay otros aciertos que dejan ver
una posible senda futura de la obra de Fuller, que lo acercaría a cuotas de
horror cercanas a un David Lynch por ejemplo (véase el carácter sórdido y
patético de los hampones que controlan la vida de la musa latina, sobre todo la
vieja histérica que no oculta su odio feroz hacia la misteriosa joven). Otro
detalle interesante es la puesta al día en relación a la sensualidad y el
erotismo que siempre latían en Fuller –ahí están los desnudos que protagoniza Vargas–.
Y, finalmente, los apuntes poéticos, que acá se cuelgan de los videoclips
musicales –puestos de moda en la década del ochenta, y que se conjugan con raptos
alucinatorios–.
Pero Street of No return también da cuenta de una violencia seca, hacia
el final, y de una sociedad siniestra hecha de regímenes disciplinarios que se
entrevén con sus cárceles y persecuciones callejeras. Y en medio de esto, la
vida “de éxito” y dinero se convierte en la del homeless, a partir de un hecho imprevisto y trágico jalonado por el
deseo. Pero lo importante está en el trayecto posterior que viene con la
indigencia, con el rostro lunático del que sobrevive sin ninguna posesión,
aventado solitario en las aceras vacías, y, eso sí, con la certeza de querer
salvar a la mujer que sigue apresada por el Mal, y que significó su perdición. (Publicado originalmente en la revista Godard! Nº 31, julio 2012)
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