Son raros los momentos en que determinadas películas desbordan los
límites acordados por el género que las define. Así, 2001, odisea del espacio (1968) transformó la ciencia ficción, y El padrino (1972), el cine de gánsteres.
Pero no es menos cierto que Nolan dio un nuevo inicio al subgénero de
superhéroes. Y si Batman: el caballero
de la noche (2008) es una obra maestra, El caballero de la noche asciende se vuelve un rotundo final para
una saga tortuosa, siniestra, y, ahora más que nunca, muy política.
Más allá de la identidad escindida de Batman (Christian Bale) y su
reflejo en la de los villanos que combate, lo que tiene lugar aquí es una
revuelta social guiada por “Bane” (Tom Hardy) –cuya brutalidad física solo se equipara
a la de su compromiso redentor–, quien pone en jaque la supervivencia de
Gótica, finalmente la ciudad del poder financiero. Pero no se trata de
panfletos: Nolan presenta a un héroe agotado, debilitado, cuyos problemas
personales se ven eclipsados por el complot apocalíptico. Sutilmente, se
presentan diálogos que aluden, incisivamente, a una desesperanza muy actual:
¿vale la pena sacrificar la vida por un mundo corrupto, una sociedad sin justicia
y totalmente desquiciada? La película de Nolan es un gran espectáculo, pero,
como lo hubiera querido el mismo Cecil B. DeMille, eso no significa que el
aliento épico, el diagnóstico espiritual, y la riqueza de ideas, no lo lleven a
esa dimensión fascinante y perturbadora que lo hace difícil olvidar. (Somos, 04/08/12)
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