Si Crepúsculo (2008) fue el megaéxito de los no-integrados, Transformers (2007) se coronaría como el gran blockbuster dedicado a la juventud “tradicional” de EEUU. Los tiempos en que las apuestas monetarias de Hollywood se dedicaban al público adulto han quedado en la prehistoria. Desde los setentas los adolescentes -aquí representados por Shia La Beauf- se convierten, para las majors, en los consumidores masivos, junto a una porción de adultos que juega, peligrosamente, a la nostalgia de la infancia perdida.
No vamos a discutir la capacidad de Bay -ese “anticristo” de la cinefilia- para inventar una nueva clase de película. Colores chirriantes, humor aparatoso, autos lujosos, top models en poses sexys que corren sin despeinarse, y una serie de destrucciones y acrobacias aéreas de las que Shia apenas sale con un rasguño, son las coordenadas de esta estética publicitaria atosigante, casi sin ninguna imaginación o sutileza. Es verdad que Bay ha hecho más digerible su propuesta, acentuando la comedia y evitando la confusión visual. Pero la premisa de base, según la cual todo se toma a la broma, y a la vez se pretende estar salvando al mundo con emoción trascendente en medio de un carrusel de brillantina y erotomanía, solo puede dejarnos con una sonrisa quebrada. Lo siento por sus admiradores, pero el cine nunca fue un divertimento tan costoso, cínico, y vacío, como lo viene siendo con Michael Bay. (versión modificada del texto publicado en Somos 09/07/2011)
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