martes, 12 de julio de 2011

Crimen oculto (Gus Van Sant, 2007)

Gus Van Sant es uno de los más inspirados cineastas de las últimas décadas. Para quien lo dude, basta ver cualquier secuencia de Crimen oculto (infeliz título para el Perú de Paranoid Park), filme quizá aún más misterioso y bello que sus antecesores: Gerry (2002), Elefante (2003) y Last days (2005).

Van Sant escoge como héroe a Alex (Gabe Nevins), chico que se dedica al  skateboard en algún suburbio de EEUU. Entre el colegio y su enamorada, Alex luce ensimismado y aturdido, siempre buscando la forma de ir a Paranoid Park para estar con aquellos que, como él, han hecho del deporte callejero un escape y motivo para vivir.

El director de My own private Idaho (1991) filma en las ondulantes pistas de patinaje como si se tratara de una inmersión submarina en un sueño de calidad hipnótica, usando texturas granuladas y de relumbres tornasolados. Pero no se trata solo de esas secuencias; hay una especie de glamour decadente que se posa en todas las imágenes, muchas de ellas en cámara lenta -y, a veces, sin el audio que permita escuchar las voces-, planos de una juventud luminosa y triste a la vez, de un rostro melancólico que ha visto de cerca la muerte.

Esa es una de las claves para interpretar el filme, la presencia de una muerte que parece sobrevolarlo todo. Porque no se trata solo de la adolescencia, o la búsqueda de espacios marginales insuflados por un romanticismo enfermo, ese donde pueda encontrarse un poco de la libertad que no está ni en la familia ni en la escuela (Alex busca refugio en los desadaptados de Paranoid Park, en su soledad, o en la subida ilegal y nocturna a los trenes que pasan por las afueras de la ciudad).


Hay un hecho luctuoso del que se nos informa a poco de empezar la función, y en el que el protagonista parece estar involucrado. Sin embargo, estamos en un viaje cinematográfico que no tiene un rumbo privilegiado, por lo que la intriga se desvanece en medio del sueño. Los momentos más triviales -como la discusión con la enamorada o un paseo inocuo por el otoño de Portland- pierden su sonido directo para anestesiarse con una música melodiosa y extraña como las imágenes, acaso como el propio Alex.

Se trata de un efecto que expresa un ensimismamiento general, en un tejido narrativo donde se crea un tiempo flotante que mezcla el pasado, el presente y el futuro, imitando el divagar y la confusión de la mente del protagonista. Y es en medio de la confusión cuando surgen pistas que, poco a poco, permiten adivinar lo sucedido; hasta encontrarnos con crudas escenas que nutren más, al filme, de un aliento mórbido que se contagia por todas partes, y de esa fragilidad, ansiedad, o culpa tan a flor de piel del muchacho extraviado.

Crimen oculto hace sentir a la adolescencia como un estado existencial y mental de visiones tocadas por la gracia. Con música sutilmente hilvanada, entre Nino Rota y Elliott Smith, Van Sant vuelve a señalar caminos de expresión nuevos y que dan al cine un futuro promisorio y sin límites. (versión modificada del texto publicado en Somos 01/11/2008)

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