El género
fantástico, de la mano de superhéroes urbanos y bosques encantados, ha cobrado,
en la última década, una vitalidad extraordinaria -en gran medida, gracias a
los avances en cuanto a la tecnología digital. Desde El señor de los anillos (2001), Hollywood no cesa de hurgar en todo tipo
de metáforas sobre las apariencias del poder y la recuperación de un orden
cósmico que se ha puesto en peligro. Era cuestión de tiempo, entonces, para resucitar
fábulas centradas en tópicos sobrevalorados hoy en día, como la juventud y belleza
eternas. Y en este caso, nos encontramos con una versión menos infantil y más
adulta de Blanca Nieves. Por un lado, las dos actrices protagónicas son un
acierto, sobre todo Charlize Theron, quien compone a una villana donde prima el
carácter sobre la caricatura. En ella se revelan heridas profundas volcadas en venganza
y resentimiento, y, sobre todo, visos de
seducción y horror que, por momentos, aportan una cualidad perversa inusual en
este tipo de filmes. En ese sentido, los efectos especiales y la técnica
digital son utilizados de forma precisa y en función a un espectáculo
supeditado al drama. El problema está en que esta economía de medios no se
aplica siempre, y la edición final abunda en cámaras lentas reiterativas y secuencias
dilatadas innecesariamente. Aun así, se trata de un espectáculo con momentos de
inspiración expresiva, lo que deja curiosidad por los futuros trabajos de Rupert
Sanders, su director debutante, y por el futuro del género. (En Somos 09/06/2012)
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