Woody Allen vuelve a su filón más oscuro y logra una variación inquietante y contemporánea de Crímenes y pecados, su obra maestra de 1989. Jonathan Rhys Meyers es Chris, joven irlandés que va a Londres para convertirse en instructor de tenis de la elite inglesa. Gracias a la amistad que entabla con Tom (Matthew Goode), consigue conocer y hacerse novio de la hermana de este, Chloe (Emily Mortimer). Aunque no la ame, el eventual matrimonio con Chloe significa para Chris un envidiable puesto ejecutivo en la corporación del padre de la novia y la entrada al status social más alto de Inglaterra.
Match Point describe con delicadeza el universo de la alta cultura: la ópera, el té, restaurantes y museos son las actividades en las que se desenvuelven los personajes. Esto es habitual en el director de Annie Hall (1977). Su trabajo es seguir el curso de una vida ejemplar, que, de pronto, traiciona los principios que exige ese orgulloso y pulcro orden social.
En Crímenes y pecados se trató de un patriarca amable que se enfrenta a lo que creía imposible: convertirse en asesino. ¿Hasta qué punto un hombre puede sacrificar su alma o el amor por conservar un sitio preferencial y cómodo en la vida?, son algunas de las preguntas que nos hacía Allen.
En Match Point, Chris se enamora apasionadamente de Nola (Scarlett Johansson), aspirante a actriz y prometida de Tom, y vemos cómo estos dos arribistas se reconocen y entablan un juego de seducción paralelo a sus vidas farsescas. Pero no se trata solo de una intriga amorosa. Hay mucho patetismo y humor negro que no debe confundirse con cinismo. Eso se ve, por ejemplo, cuando vemos a Chris ansioso y angustiado, asediando a Nola. Allen suministra extractos de ópera (Rossini, Verdi, Bizet) para esos momentos pasionales. Esa música señala que detrás del impostor hay un hombre que sufre por amor, hay un auténtico sentimiento que lo reivindica frente a nosotros, y que nos hace cómplices de él. El comentario irónico que está detrás de ese recurso es que esa música nos habla de un amor antiguo, como ya no lo hay, de un héroe trágico que Chris, a fin de cuentas, no es ni será.
Nuestro antihéroe se topará con una situación sin salida, y tendrá que elegir entre dos mujeres, vivir una vida o la otra, pero no las dos. Se encontrará con la posibilidad extrema de su propia frialdad. Y de nuevo contemplaremos, asombrados, al hombre "supuestamente" moral, sofisticado y degustador de la belleza. Veremos cómo Chris se rehusará a perder y se enfrentará a lo aparentemente imposible: al crimen más horrendo.
Para este personaje, quien finalmente se convierte en un oscuro enigma, en un monstruo solitario, este es el mismo mundo sin Dios que Dostoievsky vislumbró para el hombre de hoy. Por eso el azar decidirá si hay justicia o no. Ya ni siquiera nuestros fantasmas, esos espectros que Bergman -todavía una gran influencia de Allen- inventó para interpelarnos y hacernos despertar, tienen posibilidad de ganar la partida en el mundo cruel, y tan verosímil, de Match Point. (versión modificada del texto publicado en Somos 22/04/2006)
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