Siempre a tu lado es la penúltima película de Hallström, director sueco importado por Hollywood gracias al éxito que supuso el estreno norteamericano de My life as a dog (1985). Autor de una filmografía irregular -muchos aún recuerdan los pasos en falso de Chocolate-, ha sido un placer descubrir, con Siempre a tu lado -versión americana de la japonesa Hachiko Monogatari (1987), a su vez inspirada en una historia real-, hasta donde puede llegar la hondura y originalidad de un cine de raigambre clásica, fuera de moda, concentrado en dramas familiares y en el perfil de sus personajes y afectos.
Uno de los retos a los que se enfrentaba Hallström recaía en la sencillez de la anécdota: un profesor universitario (Richard Gere) encuentra a Hachiko, un perro perdido en una estación de tren, y termina por adoptarlo, pese a sus intentos por deshacerse de él. Al fallecer su amo, Hachiko no dejaría de esperarlo en la estación -a la hora en que este regresaba del trabajo- todos los días de su vida, hasta morir, muchos años después.
Con un guión franciscano, la película se hace con una economía narrativa casi silenciosa. Hay algo de imperturbable en la filmación, en el montaje, como si el director renunciara a los planos cercanos y empalagosos, a cualquier pico dramático. Cada momento de la vida de este par de amigos se presenta con una prudente distancia, mostrando hechos (la búsqueda de los dueños originales del perro, la negativa inicial de la esposa a la adopción, la resistencia de Hachiko a recoger la pelota) que, a primera vista, no tienen nada de extraordinarios.
Lo extraordinario es casi invisible: en medio de sus discretas tomas, accedemos a una relación cómplice, exclusiva. Tanto la esposa (Joan Allen), como la hija (Sarah Roemer) de la familia, no pueden acceder a la empatía secreta que tienen Hachiko y el profesor. Pero no solo eso. El perro nunca deja de ser un marginal, un extranjero, gracias a una “cámara subjetiva” de imágenes descoloridas que transmiten sus vistas mudas a ras del suelo, especie de perspectiva incomprendida que, a fin de cuentas, permanecerá como un misterio insondable, admirable.
Por otro lado, esta es una de esas películas donde el protagonista -en este caso, Gere-, se va a la mitad de la función. Algo así solo lo han hecho pocos directores -el primero fue Hitchcock en Psicosis-, y no deja de ser una jugada arriesgada. Pero el filme demuestra su gran coherencia, ya que lejos de apresurar el término de la historia, o de recargar las tintas sentimentales, Hallström filma con la misma disciplina y la misma calma, lo que hace sentir, con mayor fuerza, la ausencia del profesor, mientras se muestra al perro en su avatar más tenaz y solitario: el que tiene que ver con la huella de un vínculo entre dos seres.
Lo que vemos en esta segunda parte remite a una huella mental, pero también física: la estación de tren, espacio que marcó el vínculo originario donde el profesor aparecía, todas las tardes, mientras Hachiko esperaba. El perro regresa, siempre, a la misma hora, y adquiere una nueva familia, donde todos son “marginales” de paso -como él-, últimos en el escalafón social: el ambulante, el dependiente de la boletería, la vendedora de una librería. En esta sutil dinámica narrativa, vemos -con los habitantes de la estación- el acto insólito de Hachiko repetirse a través de los años y los climas, y luego volvemos a ver todo sin color, sin palabras, a la espera de una aparición.
Siempre a tu lado no solo puede verse como un bello y conmovedor filme sobre la fragilidad de la vida, sino también como un tratado de la mirada sobre “el otro”, una lograda exaltación -de tono otoñal y textura melancólica- del misterio que guarda, a fin de cuentas, todo vínculo que resiste al tiempo, y a cualquier verdad del hombre. (publicado en Godard! Nº26)
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