Anne (Emmanuelle Riva) y Georges
(Jean-Luis Ttrintignant), una pareja mayor de profesores de música, vive pacíficamente en
su apartamento parisino. Una mañana, cuando toman desayuno, ella no responde a
las palabras de su esposo, mientras este trata de sacarla de su estupor. Así
inicia el último filme –ganador de la Palma de Oro de Cannes, y Oscar a mejor
película extranjera– del Michael Haneke (Escondido,
La cinta blanca).
Muchas son las virtudes del filme,
que se basta a sí mismo con dos actores y las contadas estancias de un
departamento. De una forma casi “científica”, se descubren los hitos que marcan
el deterioro del cuerpo y la mente de Anne. En los mismos planos, observamos la
compañía tensa y lúcida de su marido. En Amour,
la lucha parte de la mayor contención, la mayor dignidad. Georges se mueve con
fragilidad, pero el cuidado que le dedica a Anne no tiene límites –lo que no se
exterioriza con ninguna gestualidad exacerbada. El dramatismo es más hondo y
preciso, en la medida en que se rehúyen todos los “efectos dramáticos” posibles.
Así sale a relucir, en las imágenes, la verdad de una relación que, desde su
cotidianidad y discreción, termina siendo épica y extraordinaria. Mención
aparte para Trintignant y Riva, así como para un par de secuencias extrañas y
oníricas cuyas connotaciones y sentidos probablemente lleven, a Amour, hacia un terreno aún más
profundo y conmovedor. (En: Somos 09/03/13)
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