Sigo siendo es el registro de un trenzado de peregrinajes
musicales —los de Máximo Damián y Raúl García Zárate, se combinan con los de
Magaly Solier y la familia Ballumbrosio—. Pero no sólo eso. Corcuera utiliza el
mar y los ríos del Perú no solo a nivel metafórico, sino a nivel sensual,
material y orgánico. El montaje de Fabiola Sialer crea un efecto de
deslizamiento, de flujo, que se corresponde con la transparencia de las imágenes.
Y si este es un filme de espacios abiertos y de luz en el sentido de
“transparentar”, lo que se da a ver es el “espíritu”: la música proveniente de
hombres y mujeres forma una red de caminos que se bifurcan, hasta lograr un
encuentro más allá del espacio. En ese sentido, este es el pacto en torno a un
“secreto”, el de los artistas olvidados, invisibilizados, que no necesitan de discursos
panfletarios, sino solo de una persistencia creadora. La violencia y la
ignominia están allí, pero como huella, como ausencia, un ruido que no puede
acceder al ámbito del silencio de donde proviene el ritmo y la armonía. Corcuera
consigue, entonces, un doble efecto, que emparenta al silencio que precede al
acorde con el hallazgo de un escenario: las melodías se desprenden no solo de
rostros y cuerpos, sino también del agua, de las quebradas rocosas, de los desiertos
y las selvas humosas. Sigo siendo es
un logro cinematográfico, pero también una celebración de la vida que no tiene
nada que ver con lo turístico ni lo publicitario. (versión modificada del texto publicado en Somos: 31/08/2013)
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