El éxito de Asu mare no tiene que ver tanto con lo
cinematográfico, como con lo social: en un país sin estrellas que sean capaces
de congregar a todo tipo de público, filmes como este muestran las
posibilidades de la comedia alrededor de un tema como la identidad –tópico que en
sus monólogos, Alcántara, más allá de algún exceso, ha tenido a bien tratar.
Pero, por otro lado,
sería absurdo pensar que el éxito comercial garantiza la calidad de un filme que
tiene, exclusivamente, a un show unipersonal
como punto de apoyo. Lo más valioso se encuentra en su primera hora, cuando se
intercala el stand up comedy con las
“representaciones” que nos llevan al pasado, a la infancia y juventud de Carlos
Alcántara, sketches intencionadamente
farsescos y desmadrados. El terreno de la comedia ligera y sin pretensiones es
donde mejor le va. Sin embargo, esa frescura, irreverencia, y complicidad –que
podía hacernos olvidar algunas resoluciones narrativas algo torpes– entran
en problemas cuando el filme prueba una
impostura más “seria”. Es cuando la voz
en off que acompaña las escenificaciones del pasado se hace machacona y
solemne, cuando se cae en el sentimentalismo aleccionador y de empaque
publicitario. Es en ese momento en que la película revela su falta de ideas,
deja el trabajo a las cámaras lentas y los efectos de fotografía, y la
complacencia edificante se confunde con una caricatura sin personalidad.(En: Somos 20/04/13)
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